Proyecto cara de col | Proyecto caracol

Fase posdoctoral. Previsión de fondos para actuaciones extemporales

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  • COLABORANDO
  • NOTICIANDO
  • PUZLESÍA: RETALES EN PROYECTO

Si aprendieras a leer

como debemos aprender,

con deudas a futuro, existencias y conocimiento de causa,

si aprendieras a leer... 

la serpiente Pi(s)tón, sabedora del paso del cierzo,

no visitaría las claves sin término fijo,

no fluctuaría su asedio en países amantes de especias, crisantemos o crisálidas.


Fuente imagen: nohat.cc


Si aprendieras a leer...

La serpiente sibilina

no pulsaría el botón para ejecutar sus 1400 De(D)dos de piel mudada

y tú,

aprovecharías el instinto,

común denominador a todos tus pasos,

como los números de Franel inspiran todo el futuro en crisis.


Fuente: pinterest


¡Cada vez más críptico,

cada vez más críptico!-insistes-


Pero es que...

si aprendieras a leer

como se debe,

con rodillas enclavadas en las botas que nunca te pusiste,

con hambre, con muerte, con vicio malthusiano de selección.

si hicieras eso...

puede que llegases a reconocer el campanario sonando para otros,

puede que la audiencia fuera menos compleja

ó,

cupieses en la larga serpiente metálica como parte de la piel a mudar...


Fuente:


Pero es que,

no puedes, no quieres, no sabes...

leer

como se debe.


Fuente: pinterest
Fuente: pinterest

Fuente: pinterest



Si volvemos a vernos

Cuando de mi brazo cuelguen las estadísticas,
recuerda el goteo de la revolución,
sin llave de paso por el tiempo venidero.

Si volvemos a vernos,
volveré a renacer del afluente
y volveré a correr en él, por él, por ti.

No importa volver a empezar y fluir, porque vencido,
ahora duermo.

Cierro mis cuencas
solícitas de agua y movimientos sísmicos acompasados, planificados,
a la vista de un neón invicto.

Aplaco las ganas
arcanas del mejor código descubierto,
porque volveremos a vernos.

Y cuando ocurra,
¿dejarás el pesar,
ancestro del diluvio subterráneo,
en mis manos enmarcadas de semillas?

Piénsalo.
¿Serás capaz de eso?

Cuando volvamos a vernos,
¿me cederás el merecido puesto?
¿O cual órdago insumiso infantil
creerás que solo tú puedes hacerlo?




"...me pongo el mejor chaqué. 
No digo lo que digo
hago lo que no hago
al revés, al revés
porque ser valiente no es solo cuestión de
suerte..."
V.M "Valienteª




Una millonésima parte de mí, de ti, de uno.
Una millonésima parte del todo,
eso es
lo único que coloco en línea recta.

La oda a la emergencia del concepto la dejo
para
estratos de sonrisa prieta;
la dejamos en herencia
al control remoto del mundo,
al aforismo de adivinación y sincronicidad,
al desconocido arte de
ser vientre hermético para cruzar
fronteras







Fuente imagen:pinterest




























En una pequeña buhardilla, donde el periodismo cuenta con auténticos escribanos que transcriben por inferencia divina, el jefe de sección internacional, harto de reproducciones automáticas de texto carente de enjundia en el contenido por el abuso de la Inteligencia artificial, solicitó el artículo para la primera plana a una de sus estrellas filósofas auxiliares.

Éste fue el resultado:



H[D]EEP, H[D]EEP, HURRRRA!

“Hay pistolas que descargadas se me disparan...

...fíjate un objetivo distinto

que soy como un vino tinto

que si me tomas en frío engaño

y con los años me hago más listo, cariño”.

Estopa-Vino tinto-.


Hace unos años recuerdo un reto que puso en jaque a cierta parte de la población. El reto de la ballena azul se dio a conocer lamentablemente por sus consecuencias y consistía en un juego en línea, supuestamente originado en Rusia y atribuido a un ex estudiante de psicología, en el que los participantes debían completar 50 tareas de dificultad gradual que culminaba con el suicidio del participante. Según el supuesto autor, repito, esto permitía la limpieza de la sociedad de individuos inútiles. Y, aunque no pudo demostrarse la relación directa entre el autor original y las causas de los suicidios, la leyenda ya había tomado su propia forma y difusión.

Como queda lejos aquella semilla que introdujo en nuestro inconsciente la idea de que existe gente que sobra (porque según esa lógica, si se contiene en ti la suficiente fortaleza no llegarías a ejecutar tu propia desaparición de forma gratuita, limpia y económica para el estado), ahora reaparece en forma de otra semilla: La icónica.

La gran ballena azul, en icono, reaparece. Ahora está en primer plano para todo el mundo. Primero era rusa, ahora es china.

La nueva, joven y reformada gran ballena azul, aparece en  la web y es instalable (Achtung! que dirían los alemanes), en noticias televisivas, en blogs de especialistas en Inteligencia Artificial, en repositorios de vídeos mundiales o redes sociales. Y como no podía ser de otra manera, hackeada, para victimizarla más, si cabe, aumentando con ello su popularidad. Vamos, una fiesta de la espuma en toda regla en la que los participantes masivos disfrutan de la música y sus beneficios inmediatos sin otear el horizonte más próximo: que cuando se seca la espuma, se te pega a la piel y obstruye tus poros de forma asfixiante a la espera de una buena ducha de agua a 42º para que puedas deshacerte de ella (si es que puedes…y a la primera) sin consecuencias dignas de una visita al dermatólogo.


Fuente: pinteres

Pero, «recapacita, no vayamos a perder la cabeza», podrían decirme. ¿Cuál es la relación entre el reto de la Ballena Azul y la gran, nueva y maravillosa, reluciente ballena azul de DeepSeek, que no puede engañarme porque no soy un cuervo ni una luciérnaga? (¿Seguro?).

Todo el mundo que sabe —rectifico— todo el mundo «de los especialistas de la pista...» sabe que la relación directa es el etiquetado, de nuevo. (¡Qué hubiera sido si antes te hubiera conocido!, dice "la KG").

La categorización, que en nuestro cerebro fija objetivos y construye nodos, ¿está ahora intentando engañar a la población para que retomemos viejos hábitos?

La respuesta es la posibilidad de ver, dentro de lo malo, lo bueno. Donde todos ven muerte, miedo, destrucción, miedo, bombas, miedo y lobos, yo veo una posibilidad que no brilla a primera vista, pero que mantiene una luz constante en su búsqueda profunda o exhaustiva (deep seek) y no es de gas.

¿No estará China, como potencia mundial, descartando «inútiles» y, por tanto, en realidad, detectando talento? Pensémoslo, reflexionémoslo unos minutos y desarrollémoslo como hipótesis. ¡Venga, valiente!

El talento, lamentablemente, es muy escaso. Requiere innatismo, por supuesto (eso viene de raíz), pero, aun en el caso de que en tu interior exista, se necesita, además, disciplina de más de 21 días, esfuerzo, desarrollo de pensamiento divergente o lateral, un poco de misterio (que no se desvela bajo ningún concepto a nadie, nunca) y, a veces, de una parte obsesivo-compulsiva que es muy atractiva para las redes chinas.

Ahora bien, ¿qué es lo que quiere China con esta recopilación masiva de datos si la hipótesis propuesta sobre la detección de talento fuera de sus fronteras es cierta? La respuesta la tengo, pero no puedo dársela a ustedes porque después tendría que matarles. (Bien entiendan el cinismo efervescente y humorístico. Guiño, guiño).

Fuente: SoDiGi


Para que te ahogues tú

Mis labios sellados
están
cuando buscas historias.

La indomable,
insumergible,
insumisa mirada
aparece
cuando buscas imágenes
en los escombros de la indiferencia.

Cuando las construcciones lingüísticas
son ordenadas
entre millones de ceros y unos,
se desliza
la insondable incoherencia
del roller de tinta.

Cuando tú y la comodidad calzada
irrumpen en la ciudad sin luz,
el alma de la tierra,
de la una a la treintena,
una a una,
por cada gota,
la fuerza G
discrimina y pasta.

Por cada gota,
por cada uno,
por cada una.


Carta abierta al lector insistente


No es que no tenga nada que decir. Es que estoy en otros lugares donde lo que digo tiene un valor monetario de retorno necesario por urgente. La zanahoria sabe a poco y las migas a menos.

El lado del mal puede esperar y si no puede, que aporte.

Me dijiste que silbara y silbo. 

Como el gomero. 

Sin restricciones y sabiendo que solo tú sabes responderme. 

Fuente: pinterest




Auditorías que se sucedían por todas las redes. Los grandes fueron cayendo uno a uno. Algunos por motivos conocidos, otros por la costumbre de querer controlar la demografía global.

Jugando a ser dioses del equipo perdedor, abrieron fuego y comenzaron a disparar a los leales. Los leales, que sabían de dónde llegaban las palabras oscurecidas con carbón y limón, decidían en pequeños grupos a quién debían hacer desaparecer, sin un minúsculo descuido de su psicopatía facial característica.

Desde la cafetería observaba el exterior sin inmutarse. A través de las cristaleras que ocupaban toda la fachada —en un intento inútil del propietario por mostrar la metáfora del pez observado—, se dio cuenta de que sus predicciones se sucedían: en verdad, los peces serían admirados, el cangrejo seguiría siendo criticado por su incesante camino de vuelta al pasado, y los buzos, perdidos en el descubrimiento de América hoy (que ya no es América, sino Israel con los brazos en cruz, porque la ubicuidad lo es todo), se ahogarían por no saber reír bajo el agua.

Demasiado evidente. Demasiado evidente todo.

Fuente: pinterest

—Ponme un hielo en mi café solo del tiempo. Pero lo quiero de ese iceberg que tienes flotando en la pila de fregar los platos —dijo dirigiéndose al barman.

—Aquí no veo iceberg alguno. Los icebergs solo aparecen en las pilas de los locales de dudosa reputación, y solo sirven para bautizar a los clientes "espina". ¿Qué, no lo sabes, tú que todo lo sabes? —espetó desairado, clavándole la mirada desde la barra.

El especialista en cócteles solo era un asalariado que se encontraba en ese instante ahí por casualidades del destino. El azar quiso que aquella contestación le pillase secando con un trapo de algodón egipcio de contrabando uno de los vasos verde traslúcido y regalado. Nunca le gustaron esos obsequios que la compañía de bebidas "Muerte Líquida" solía ofrecer a los propietarios unos días antes de la apertura de un nuevo local.

Al volver la mirada de nuevo a su quehacer, sus ojos botaron de las cuencas al observar el fregadero.

Fuente: pinterest

El iceberg había perforado la barra de nogal que tanto le costó instalar al dueño del bar. Los ojos del Barman querían volver a su lugar, pero se pegaron al iceberg y él buscó la forma de aceptar, ya sin ellos, que el pensamiento mágico es, en realidad, visión de futuro disfrazada para la noche de los muertos.

Fuente imagen: pinterest






Fuente: Pinterest


Una confesión: Se recuerda a los señores pasajeros que tengan en cuenta que se sabe, se sabe, se sabe...



A mis veintipocos estuve en Gran Canaria y, como casi siempre me fui con lo puesto —para poder salir rápidamente en cualquier momento ante el peligro—, al llegar no tenía ni toalla para que las aguas frío-cristalinas del Atlántico rozaran mi piel tersa e inicialmente instruida.
Estando en la playa del Inglés, pasé por una de las tiendas y elegí una toalla para poder secarme después del baño. La prenda tenía estampados unos tiburones blancos nadando sigilosos a sus anchas por el fondo del mar.
Desde hace unos años quería deshacerme de ella, sobre todo por vieja y por soltar lastre; ya iba siendo hora... Sin embargo, el 15 de agosto de este año, la toalla seguía en mi poder.
No sabía muy bien por qué no me había desecho ya de ella, aunque me repetía el mantra de "tengo que tirar la toalla" desde hacía mucho. Mucho, mucho. Pero siempre lo dejaba para mañana...
Como os iba diciendo, el día 15 de agosto por la mañana me levanté con el convencimiento de que mis hijos limpiaran el mueble del comedor (cosa que venía avisando porque hay que hacerse a la idea si hay que realizar la limpieza a fondo de un mueble de época de este calibre). La boiserie, repleta de libros dignos de ser organizados por temática, pedía a gritos una limpieza de cambio de estación en pleno verano.
Y esa voz interior —que algunos malinterpretan por falta de conocimiento, formación o cultura— me dijo: Ahora.
Y ese ahora significaba que era la hora de deshacerme de la toalla. Porque si quiero que mi piel permanezca tersa, debo tirarla. Y es que ya he realizado la instrucción, en trinchera primero y academia de oficiales después.
Y viré. Me acompañé de mis tijeras de corte de carnicero sin afilar. Corté la toalla por la mitad. Ese corte de precisión me correspondía a mí. Por aquello de los galones.
Una vez hecho esto, llamé al primero de mis hijos: el pequeño. Porque sabe de lo que va de forma innata, como yo.
Y le dije:
—Coge de ahí, que me tienes que ayudar a cortar.
Y, como buena jefa, primero le enseñé cómo hacerlo y luego le volví a decir:
—Presta atención, porque algún día tendrás que hacerlo tú.

Y cortamos la mitad, convirtiéndola de nuevo en otra mitad, y volvimos a cortar los pedazos por la mitad. Curiosamente así, la parte de los tiburones quedó totalmente irreconocible, sobre todo por el rastro de las muescas de mis tijeras de corte de carnicero sin afilar.

—Mamá, ¿para qué quieres esto? —preguntó interesado.

—Pues porque la ropa vieja primero se corta en trozos y se aprovecha para la limpieza. Debes saberlo para tu futuro —contesté con cierto misterio, que le produjo una sonrisa finalizada en mueca.

A mi siguiente hijo, el mayor, no le fue difícil repetir el proceso, ya que estaba mirando. (Aunque los que no lo saben de manera innata tardan más en aprenderlo, con paciencia y amor, lo aprenden igualmente).

Le dije:
—Coge de ahí, que esta parte es la tuya.

Y acató sin preguntar. No le hizo falta. Recordad: estaba mirando.
Cortamos su mitad en otra mitad y así… repitiendo el mismo proceso también a muescas… las cabezas de los tiburones y sus ampollas de Lorenzini.

Recogieron ambos sus mitades y se dirigieron al salón para iniciar la limpieza. Por el camino, las mismas muescas, cortadas con mis tijeras de carnicero sin afilar, soltaban pequeños hilos algodonados. Así que les dije:


—Vamos a limpiar con trapos de verdad, que estos tiburones no sirven ni para los muebles.


No obstante, os diré que ahora los trapos están ocupando el lugar de las alfombras de cartón que se colocan en cada estancia de una obra menor en una finca de cinco alturas. Como estoy de supervisora de la misma, una vez finalicemos con ella, los trapos serán diligentemente redirigidos a la basura, porque, al menos, han servido para limpiar la suela de los zapatos.

 

Fuente: pinterest


 


(Solo para especialistas) Penny Lane


Fuente imagen: pinterest



Fuente: pinterest





Fannie, ha llegado tu momento. 

No lo demoremos más —dice Julio observando el panel de apuestas de la bolsa internacional del (nuevo) petróleo—.


—Quiero estar cerca de ti —dijo, sin haberle preguntado—.


Eso fue lo que dijo la nueva empresaria, antes enfermera que vendía amapolas en la rotonda, firmando el crédito personal para la compra de su tetería. Ahí fue cuando tuvo un momento de súbita sinceridad, una extracción de máscara, casi una fisura en su personalidad. Era una mujer conocida por todos… menos por mí. Aunque había sido advertido de su extravagante personalidad.


Fannie Ma(n)e era una mujer fuerte, de rubio moño helicoidal costumbrista. Puede que escondiera su falta de autoestima tras ese lápiz que desbordaba sus límites labiales (evidencias reminiscentes de una mujer deseosa de bótox, imaginario e impagable), o tal vez quisiera confundirte al mirarla. Si la observabas, la confusión se apoderaba de tus pupilas y deseabas saber si aquello era su verdadera esencia o si, en realidad, mostraba su madera de líder oculta entre estereotipos estancados en ofensivos catálogos de la gente; gente… sin nada que ofrecer.


—Yo solo soy el banquero, por si no te das cuenta —le respondí—. Solo puedo ofrecerte un crédito personal.


Y rió con mi respuesta. Rió con tal fuerza que su pelo rubio en espiral se inclinó noventa grados desde su posición inicial, sin moverse ni un milímetro de su espacio ocupado. Parecía una mujer muy flexible, con los cabezales esternales reforzados por el paso de los años y la pasmosa fortaleza que otorga el saber que nadie apostará por ti.


—¿Te parece poco acercamiento la aceptación de una deuda? —sonrió al estampar su firma sin mirar el contrato.


—¡Ah! Te referías a eso —carraspeé, sonrojado.


—¿A qué me referiría si no?


—Bien, pues ya está —comenté, recogiendo y ordenando los papeles para acabar ofreciéndole su copia dentro de un sobre.


—Bien, pues ya está —repitió, burlona, sabiendo que llegaba la hora de desaparecer para aceptar el nuevo rumbo de su vida, sin red a la que aferrarse.


—¿Contenta? —pregunté por cortesía mientras me levantaba y gesticulaba las indicaciones pertinentes para invitarla a salir de la oficina.


—Mucho —respondió con una amplia sonrisa, desapareciendo a través de la puerta de cristal.


Mientras la veo alejarse, pienso en que no comprendo cómo el Ayuntamiento le ha podido dar permiso para colocar una tetería en una rotonda. Aunque, bueno… esto es Inglaterra, ¿no?


El bombero Paul Auster y el mercado de metales de Londres



Por el lado izquierdo, la vida transcurría a la espera en una estación de bomberos. Todo lo contrario a como le iba la suya a Fannie Ma(n)e. Cuando los avisos de emergencia escaseaban —y cierto es que era la mayoría del tiempo—, el bombero Paul dedicaba su tiempo a organizar y revisar los elementos necesarios para sofocar un buen fuego con una lista de papel en la mano. Cuando acababa con ella, la quemaba en el patio trasero de la estación. A solas y en acto solemne.


El jefe de bomberos tenía un tic curioso: solía acariciar un reloj de arena diminuto del que presumía por haberlo tallado él mismo con sus propias manos. El reloj llevaba a la reina de Inglaterra cincelada. Lo sé porque siempre que acudía a cortarse el pelo en la barbería de mi padre, lo dejaba en una esquina de la mesa de corte y, a veces, me dejaba jugar a darle la vuelta. Ocasión que aprovechaba para hacerme siempre la misma pregunta:


—¿Sabes de qué metales está compuesta la arena de los relojes de arena?


A lo que yo siempre respondía que no, aunque a partir de la tercera vez ya me sabía la respuesta de memoria. Le dejaba seguir con la actuación.


—De estaño y plomo, de estaño y plomo, de estaño y plomo —repetía tres veces, canturreando cada vez para captar mi atención (y la de todo el mundo a la espera de su turno).


El barbero que confundió a Bryce E. con Michael H., y el mercado de futuros que espera el primer descuido para recordárselo



Hoy era uno de esos días en los que la lluvia dominaba la situación. Mi padre, Giovanni Banetti, no me dejaba salir a la calle cuando llovía, y eso que disponía de mi kit salvaguarda compuesto por chubasquero y botas de agua. En vez de eso, me obligaba a utilizar la cámara de fotografías que compró por Navidad para retratar a los clientes. Con su permiso, claro. Decía que los buenos cortes de cabeza deben ser inmortalizados. Lo malo es que todos le parecían cortes sublimes. Y claro, eso no distingue los buenos cortes de simples cortes, aunque no tiene relación alguna para distinguir las buenas fotos de las malas fotos. Depende del fotógrafo, suponiendo que sea yo. Y eso es un futurible, todavía por venir.


Como os digo, el barbero Banetti, como le gusta que le llamen, una vez por semana me manda imprimir las fotos en papel de calidad para acabar indeciso durante una semana más sobre qué fotografías debe exponer en el escaparate.


Como todo el mundo se corta el pelo en el salón Banetti, medio barrio pasa y pregunta cuándo estarán las fotos, que se acuerde de ellos. Sobre todo les pasa a señoras y señores, que se cortan el pelo al estilo Bob (ellas) o por técnica radial (ellos).


El banquero Bryce E., su Westmancott, al que le resbala la lluvia… y la bolsa de Londres



Pero no quiero dispersarme. Por la ventana, veo al director del banco salir y sentarse en su flamante coche aparcado en la rotonda. ¿Qué hará ahí sentado? Se va a empapar hasta los huesos. Se ha sentado en su coche, justo enfrente de la nueva tetería de Fannie Ma(n)e, a la que mis amigos y yo solemos acudir a jugar y a hacerle compañía solo cuando el tiempo es soleado. Porque suele estar muy sola más allá de las cinco y media de la tarde, y como los hijos de los comerciantes todavía no pueden disfrutar de la compañía de sus padres, estos tienen un acuerdo tácito con ella. Nos envían allí para “ayudar” en lo que se pueda. Pero Fannie nunca nos deja ayudar. Dice que no queramos ser mayores antes de tiempo. Que todo llegará, y que el mundo nos espera impaciente a ver si podemos arreglar algo. Insiste en que, cuando podamos hacer algo, que por favor nos centremos en “algos” útiles y no pongamos más rotondas. No sé muy bien por qué lo dice, pero me hizo prometerle, por aquello de ver muy lejos el futuro, que si llego a alcalde algún día, estudiaré su caso.


Como os decía, observo al banquero desde la ventana. Está sentado en su coche y no deja de mirar hacia la tetería. ¡Qué risa verle sin impermeable, con la que está cayendo! Dice mi padre que Michael H. lleva un traje muy caro, pero que parece que le resbala… la lluvia, dice. Y yo le digo que el director del banco no se llama Michael H., que es Bryce E.


Muy extraño todo. ¿No creéis?



Puede ser mejor,

no lo estropees.

¡Que empiece la fiesta!

Fuente: pinterest





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