No le dio demasiada importancia e inició la ronda de comprobación de hologramas en el aula.
—Diego Trapano.
—Presente.
—Anabel
Sequele.
—Presente —contestó una vocecilla de la última fila haciendo señas para captar la atención de la profesora.
—David
Pythony.
—Presente —respondieron desde la primera fila.
—Philipe Pillan.
Nadie contestó. Repitió el nombre.
—Philippe Pillan.
—Presente –gritó un muchacho fornido desde el centro justo de la sala.
—¿Pillan o Pillán? —preguntó para aclararlo.
—Pillan, Pillan. Lo ha dicho usted correctamente.
—Muy bien. Gracias.
—Anastasia
Perla.
—Presente.
—Marian
Objectivece.
—Presente.
—Sonstag
Haskell.
—Presente.
—Pablo...¿
Guguel? —acabó interrogando sorprendida al leer el apellido de este alumno, que, además era el último de aquella extraña lista en orden inverso.
—Presente –contestó la proyección del muchacho. Su holograma mostraba cara de extrañeza.
¿Por qué su profesora encontraba algo raro en su apellido?
–¿Te llamas Guguel de apellido?
—Sí —respondió intrigado—. ¿Por?
No le iba a contestar lo que en realidad pasaba por su cabeza. Le pareció extraño y gracioso tener un Guguel en su aula. Cualquiera que conociese un poco de historia de la programación sabía que no era normal encontrar descendientes de la familia Guguel aprendiendo sobre base de datos e if statements y otras rarezas de cálculo.
—Esto... una pregunta indiscreta ¿Tienes alguna relación con
Sergueí Brin?
—No. Creo... –respondió dubitativo–. No...–insistió. Como si buscase la respuesta en su propia base de datos cerebral –. ¿Por?
—No. No...por nada –zanjó.
Su cara ofrecía una sonrisa desde la que se podía intuir cierto orgullo y satisfacción. Igual el alumno no sabía quién era, o desconocía la historia de su apellido. Quizás pudiese ser que, efectivamente no descendiese de la saga de los Guguel. Quizás, quién sabe, la genética estuviese replicando genes recesivos y aflorase descendencia, doscientos años después, menos capacitada de manera innata. Los ciclos históricos también necesitan finalizar para pasar a otra cosa o volver a empezar, ¿no?
—Comencemos pues. ¿Quién sabría decirme qué similitudes tiene una base de datos con el título de un libro? –preguntó de golpe.
Todos los hologramas del alumnado levantaron sus cabezas a la vez en un perfecto ángulo de 90º dirigiendo con ello sus ojos, hologramáticos a la par que ojipláticos, hacia la persona física que era aquella profesora.
Nada más empezar lograba captar toda su atención.