—Sweet, sweet...
—Querrás decir: sweat, sweat.
—¿Que no es lo mismo?
Fuente imagen: Autora: lara_luis |
Os voy a contar una historia que me ocurrió no hace demasiado tiempo. Soy deportista de élite irlandesa. De esas que el estado mantiene para que puedan ir a los juegos olímpicos y ganar medallas para donarlas a un ego social común. Pues bien, hace apenas dos años me retiré, y como todos los deportistas de ese nivel, tuve que labrarme un futuro totalmente diferente con veintisiete años. Compré un local, monté una tienda de deportes y comencé a ejercer a tiempo parcial, para acabar de pagar mis facturas, como entrenadora de un equipo de rugby femenino de mi ciudad. Aun así, no era suficiente. Final de mes suponía un suplicio. No llegaba ni estirando, y eso que tengo el título de especialista universitario en la materia.
Una tarde de mayo que hacia un sol extraño para ser Irlanda, salí a pasear. Siempre me ha gustado pasear. Solo que no dispongo del tiempo necesario y tampoco es que acompañe mucho la meteorología por aquí para hacer deporte al aire libre. El caso es que salí de casa equipada para la ocasión, crucé la avenida que vertebra mi ciudad y, al llegar a la fuente Cascade me detuve (desconozco el motivo). Respiré profundamente y giré mi cabeza de forma automática hacia la izquierda. En ese lado, en los bajos de un edificio se leía un cartel luminoso rojo que rezaba: "¿Te gusta caminar? Tenemos algo que podría interesarte. Infórmate".
Ese letrero luminoso acababa de convencerme de que aquella frase estaba ahí para mí. ¿Por qué? Ya, ya... de sobra sé que era algo generalizado, una llamada, un gancho publicitario. Pero mi cuerpo se dirigió hacia allí sin que pudiese hacer nada al respecto. Cuando quise darme cuenta me encontraba pulsando el botón de la puerta 2 del edificio en el que se situaba la oficina de la empresa del dichoso cartel.
—Pase —me dijo una señorita muy amable ubicada detrás del mostrador central que se encontraba nada más abrir la puerta —. ¿Qué desea?
—Venía por lo del cartel —respondí un poco avergonzada. Me sentía como una consumidora nada responsable...atraída por el neón...como las moscas.
—¡Ah! Estupendo. Enseguida le paso con un responsable de producto que le podrá dar más información al respecto. Espere ahí sentada si no le importa —dijo dirigiendo su brazo derecho hacia una rinconera tipo sala de espera con dos sillones de cuero marrón y una mesita repleta de revistas deportivas.
Apena hube tomado asiento, un muchacho de traje azul corte italiano, camisa blanca y corbata roja extendió su mano para presentarse.
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—Buenas tardes, me llamo William.
—Buenas tardes, mi nombre es Anne —respondí con actitud protocolaria pese a mi vestimenta deportiva.
—Me acaban de comunicar que está usted interesada en nuestra aplicación "Sweatcoin".
–¡Ah, se trata de eso! —exclamé. Nada más decirlo me bombardeó la mente como una Ak-47 la intuición de lo que podía ser. Una aplicación para registrar tus pasos y así crear un perfil de tus ubicaciones.
—¿Qué la conoce? —preguntó extrañado.
—No, pero ya tuve instalada alguna de esas cuando salieron al mercado hace un par de años y la verdad es que me parece que no me benefician en nada. Quiero decir, que no benefician al usuario final. A la empresa, ¡por supuesto...! Sabe a lo que me refiero. Recopilan nuestros datos para, en el mejor de los casos, vendernos publicidad. Al consumidor... a nosotros —rectifiqué —solo nos alimenta el ego, el afán de superación, la autoestima y cosas por el estilo...
—¿Le parece poco? —interrogó extrañado.
—Pues sí, si lo comparamos con los beneficios que sacan ustedes de nuestra experiencia de usuario.
—¿Le parece poco? —interrogó extrañado.
—Pues sí, si lo comparamos con los beneficios que sacan ustedes de nuestra experiencia de usuario.
—Sí, tiene usted razón, pero... ninguna le paga por caminar. Ninguna excepto la nuestra. Sweatcoin.
Me desconcertó durante unos segundos, la verdad. ¿Una aplicación que registra tus movimientos al caminar y que te paga? Podría ser un complemento para llegar a fin de mes, pero...¿cómo?¿Cuánto?¿Cuándo? y, sobre todo, ¿por qué? Preguntas que explotaban en mi limbo particular durante milésimas de segundo antes de dirigirme a aquel muchacho. Sin embargo, de mi boca solo pudo salir<<Tiene toda mi atención>>mientras retomábamos asiento.