Fuente: Todo colección
Razó(n)(r) y bisturí
A los cinco años empuñé un cuchillo por primera vez. Lo asía temblorosa con ambas manos mientras mi madre disponía la fruta en la mesa.
Me preguntó que por qué temblaba, a lo que yo contesté que porque me daba miedo cortarme con él. Natural, ¿verdad? Ella, mujer rodeada toda la vida de elementos punzantes y cortantes (era sastra), me replicó muy seria:
—Jamás temas a un cuchillo. Porque el cuchillo lo sabrá y te cortarás. Solo debes mostrarle respeto.
...
Respeta los silencios.
Entre palabras,
amolan las navajas.
...
Aunque por aquel entonces, temor y respeto para mí eran sinónimos y el trato con ellos era asiduo, seguí temiéndoles hasta la adolescencia. Frases del estilo "cuando laves un cuchillo pon atención al filo" o "siempre que lo afiles estate atenta a los dediles" sonaban con frecuencia en la cocina de casa y en el negocio familiar. Ese sutil acompañamiento pareado influyó en mí de una manera poco convencional.
Para pagar mis estudios, trabajé varios veranos en la carnicería de mi tía Candelaria. Al parecer, me consideraban la mejor charcutera de la comarca del Alto Palancia. Rapidez y precisión en el afilado y uso del cuchillo filetero proponían espectáculo los sábados por la mañana.
...
Corte al gusto de
rebanada sin prisa.
Talento augusto
...
Casi con veinticuatro, mi obsesión por la cuchillería ascendió a kamikaze. Dos temporadas veraniegas antes de graduarme, abandoné la carnicería de mi tía y me convertí en la tragasables titular del circo Razor. ¿Se imaginan la cara de mis padres? Temieron, y con razón, el abandono de mis estudios por el mundo del espectáculo. Nada más lejos de la realidad. Hace dos años, inicié mi carrera de neurocirujana en el Johns Hopkins de Baltimore. Me lo perdonaron todo, todo, todo.
Fuente: wattpad