Cuando llegó al borde de la piscina eran las nueve en punto de la mañana. Lo supo porque disponían de un reloj que además, llevaba incorporado el termómetro. Un termómetro inteligente capaz de identificar la temperatura fuera y dentro de las instalaciones deportivas. Pese a que marcaba nueve grados centígrados en el exterior, la cubierta de acristalamiento transmitía la sensación perturbadora para la que había sido creada: la de integrarte en el paisaje urbano de aquella ciudad de domingo gélido mientras uno podía sumergirse en agua dulce a veintiocho grados de temperatura.
Entrar ahí tuvo un efecto breve de confort. El sol llevaba unos minutos transmitiendo su luz a través del acristalamiento en el espacio de la escalera y la bajada por los peldaños causó una placentera e irreal sensación. Vaya día de sensaciones. Dos de dos. Y falsas <<pensó mirando al cielo>>. Mientras que Lorenzo calentaba la superficie, bajo el agua la temperatura no engañaba a nadie. Y lo supo al descender y sumergirse tras dejar sus chanclas malva perfectamente alineadas al lado de la escalera metálica.
-Veintiocho grados... ¡y un cuerno! -dijo para sí.
Aprovechó para acomodar sus gafas y tubo de buceo con estratégica posición encima de las chanclas para evitar un contacto directo con la superficie pisable alrededor de la piscina y comenzó con los movimientos de calentamiento. De esta forma, cumplía con la rutina de ejercicios. Nadie quiere sufrir las consecuencias de no ejecutar correctamente un plan muscular cuasi perfecto (al menos, lo más completo posible) antes incluso de iniciarlo.
Recorrió los veinticinco metros de anchura del cubículo acumulador de agua tibia a paso ligero y pasó a bordear la figura rectangular de la piscina. Cuando retomó el camino de vuelta hacia el punto de inicio vio algo bajo el agua. Parecía un juguete de goma, pero no alcanzó a visualizarlo correctamente y retuvo la idea de retornar con las gafas de esnórquel cuando iniciara su ejercicio de buceo ininterrumpido (siempre ejecutaba el nado con gafas y tubo auxiliar para evitar un movimiento excesivo del cuello y no perder tiempo en la superficie).
Se colocó en su calle, acopló a la perfección las gafas y la boquilla de silicona de su equipo comprobando que el agua no era capaz de penetrarle por ningún lado. Inició la primera serie de diez recorridos de ida y vuelta virando levemente a la izquierda para disipar su curiosidad sobre aquel muñeco tocado y hundido que creyó ver en sus ejercicios de calentamiento.
Se acercó. Las gafas de ofrecían una visualización sin precedentes. ¡Era un unicornio! Un unicornio que recogió con ambos pies realizando una maniobra de malabarista de circo. No quería arriesgarse a sumergir del todo el tubo de respiración pues, obviamente, se llenaría de agua y sentiría un poco de angustia antes de volver a la superficie. ¿Para qué sufrir si ya se sabe el resultado de intentarlo con las manos, no?
Una vez recogió el juguetito, lo admiró y lo sopesó bajo agua... Estaba claro que se hundió porque el diseño, imperfecto a todas luces, dejó pasar el agua y lo rellenó de este líquido imprescindible para la vida de los humanos, pero no para el flotamiento de los juguetes de goma para el baño.
Ella retomó su rutina volviendo a su ruta y a su calle con aquel unicornio en su poder. Al llegar al borde de la piscina, alzó su mano derecha depositándolo fuera. Lo más alejado posible del borde de la piscina donde ondeaba el agua ya que aquello podía hacerle volver a las "profundidades" de una piscina de aquagym de aguas cristalinas.
Como os iba diciendo, retomó su rutina, finalizó sus dos series de diez y, en la ida decimonovena se detuvo, subió a la superficie sin quitarse la "escafandra", agarró el unicornio con la mano, lo estrujó fuertemente para extraer toda el agua de su interior y lo volvió a dejar exactamente en el mismo lugar; lo más alejado posible del borde de la piscina donde ondeaba el agua de aquella piscina de aquagym de aguas cristalinas.