Es un microhallazgo esto de saber a dónde dirige sus pasos la historia.
Un microhallazgo por mantener los detalles en su marco,
en su paradigma sustancial del rojo, el azul y el amarillo.
En la cúspide del rostro eterno,
negro por su pureza,
subliman los doses el fin de las (lla)(da)gas
(con y sin guarnición)
suspiran por un día de sol y
otro de lluvia,
tejen el más extenso de los finales
porque no cabe la reflexión en este espacio infinito.
En el borde obtuso del declive
cupieron, eso sí, las letras del alfabeto
sin orden ni concierto,
agrupadas en grado aleatorio
para deleite del asno cultural inquieto.
Los doses lo saben y disfrutan dejándole las huellas,
en la tierra seca, cuando el sol se asoma,
en la mojada, cuando la lluvia ejerce de anfitriona después de claudicar ante sus órdenes.
El burro, el borrico, el pollino,
(por si hubiese duda con los sinónimos)
aclama todo acontecimiento cubierto de magia,
de ciencia-física-cuántica-química-octogonal, discreta y/o sustancial.
Los doses abren sus cuerpos a la espera
observan la caída de los párpados del rostro etéreo del sueño
y esperan
ante el ciclo de proximidad
la revolución de los colores dentro del espacio finito del Uno.