En Islandia, la mujer de un hombre llamado Ernesto, volvía a asomarse a la ventana.
Ernesto e Inés eran españoles. Visitaban la isla todos los
años desde hacía más de veinte años y se alojaban siempre en el mismo hotel.
Todo el mundo los conocía y sabían que en esos viajes, Inés, dedicaba el día a
observar por la ventana mientras él cumplía con ciertas obligaciones laborales.
El paisaje ofrecía una estampa poco habitual. El hotel,
frente a la costa, servía de aparcamiento de pequeños cubos de hielo flotantes.
A lo lejos, en el horizonte, icebergs de punta azul paseaban a velocidad de
crucero provocando un lento oleaje que arribaba a la orilla sin aparente alteración del paisaje.
Fuente: elaboración prop-ia |
Ernesto tecleaba ágil en su portátil mirando por encima de
sus gafas. Su visión de lejos entorpecía su escritura, pero eso no le frenaba para
desplazar sus dedos por el teclado y realizar a tiempo la entrega del artículo.
El tiempo, permitía un bello cuadro costumbrista contradictorio
porque caía la tarde acompañada de copos de nieve cuasi imperceptible. En el exterior del
hotel, junto al ballado de madera, un gato siberiano se restregaba sobre el pequeño manto blanco que se iba formando al caer la nieve. Todo esto, lo volvía
a ver desde la ventana, la mujer de Ernesto. Ella cepillaba su larga cabellera
negra y se la recogía en un moño.
-Qué extraño, tenía entendido que a los gatos no les gustaba
mojarse.
-A algunos sí-dijo Ernesto prestándole la atención debida
mientras se recolocaba las gafas para mirar por la ventana-sobre todo a esa
raza.
-¿Ah sí? Después de tantos años y logras sorprenderme. No
sabía yo que supieses tanto sobre gatos.
-Nunca preguntaste- expuso encogiéndose de hombros-. Y ahora
me dirás que quieres el gato, que te parece estupendo, que está ahí el
pobrecito, mojándose bajo la nieve.
-No, por Dios…un gato mojado…¡qué olor más desagradable!
-¡Esta sí que es buena!-contestó carcajeando su
marido-¿cómo sabes tú a qué huelen los gatos mojados?
-Todos los animales huelen mal sin estarlo. Imagínate…
-¿A qué me recuerda esto? ¿No escribió alguien un cuento sobre un gato mojado?
-¿De qué hablas, Ernesto?
-Sí…un cuento en el que la mujer bajaba a la calle a recoger un gato…o algo así- concluyó indeciso volviendo a sus quehaceres.
-¡Qué dices! No sé de lo que hablas, pero será mejor que te apresures. ¡Corre Ernesto, corre!
-¿Qué pasa, Inés?- preguntó levantando de nuevo la vista.
-¡¡Mira por la ventana, Ernesto!!¿No ves el iceberg?
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