Efectivamente un violinista...3
El panadero y su falso positivo...
Alcohol, no gracias...1
Alcohol, no gracias...2
Alcohol, no gracias...3
El amanecer willkommen...
La señora Abbot y el pan...1
La señora Abbot y el pan...2
La señora Abbot y el pan...3
La señora Abbot y el pan...4
La señora Abbot, el nombre del violinista...1
La señora Abbot, el nombre del violinista...2
La perspectiva hace la forma...
¿Por dónde iba...?
Ventajas y desventajas...1
Ventajas y desventajas...2
La perfecta alineación de unos zapatos...
El trastorno borderline...
La señora Abbot se va de vacaciones
El crucero cruzado, información inesperada...
El triatlón, la función musical para público especializado...
La señora Abbot, la pajarita que jugaba al póker y el momento...
Muchas pajaritas para tan poca isla...
Logaritmos neperianos...
La señora Abbot: Jana, si vuelves, limítate a los detalles, por favor I
La señora Abbot: Jana, si vuelves, limítate a los detalles, por favor II
La señora Abbot y el patrón inevitable de lo que vendrá.
La señora Abbot: tejiendo el inconsciente y sus patronistas.
Como no sabía qué hacer, decidí levantarme de la cama y marcharme al salón. Mientras me incorporaba y me colocaba las zapatillas de estar por casa, miraba de soslayo los movimientos de aquella mujer que seguía haciendo calceta como si no hubiese nadie. ¡El colmo! Encima de que era mi alucinación, daba la sensación de que los que sobrábamos éramos nosotros.
Sonreí anudándome la bata.
–¿Dónde vas?
–Mira que eres pesadito –contesté molesta –. Me voy al salón a leer. No puedo dormir y por lo que estoy comprobando, si sigo aquí tú tampoco.
–Sí. En eso tienes razón –concluyó mi marido sin mucho interés.
La anciana levantó la cabeza de repente y me observó con una particular cara de satisfacción. Parecía que aquella opción le agradaba más que las que hasta ahora había presentado como excusa para desaparecer del dormitorio.
–Ea...duérmete ya– le dije saliendo de la habitación.
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Fuente imagen:
Behance
Autor: Lian Madden
Título: Average Day |
Sé lo que estáis pensando...¡Pues claro que caminando hacia atrás! Ni se me pasaba por la cabeza perder de vista a esa señora que llevaba un par de agujas de tricotar del número 2.
Bajé las escaleras con torpeza y una vez abajo, supuse que la calma habría vuelto.
Aquel tipo de alucinaciones son de las que llevan al extremo a cualquiera que no las conozca. Suerte la mía de tener información al respecto.
Me calmé dirigiéndome a la cocina.
Respiré hondo cinco veces y expulsé el aire lentamente mientras mi capacidad multitarea automatizaba la preparación de un café en segundo plano. Accedí con una relajación inusitada al salón. Pulsé el interruptor de la luz y...voilà! Efectivamente, ¡allí estaba! ¡Ella, la mecedora y las agujas!
–¡Venga va! –expresé alicaída como si de una derrota se tratase –. ¡No puede ser verdad!
–Lo es –contestó.
–Pero...¿quién es usted y qué quiere?
–Ay hija, lo dices como si te molestase que estuviese aquí. Pero no te molesto.
–¿En serio?¿Me está usted diciendo en serio que no me molesta? –pregunte expresando mi disgusto en la enton(t)ación.
El sonido de las agujas se aceleraba de fondo. Aquella alucinación por lo que se veía, también poseía la capacidad de realizar actividades automáticas en segundo plano. Igual era incluso en tercer plano porque sus manos corrían a la misma velocidad que si aquella pieza de lana estuviese programada para ser tricotada por una máquina industrial.
–No. No soy una molestia. Soy tu bisabuela.
–¿Mi bisabuela?
Mi estupefacción era más que evidente. Superada por los acontecimientos, sería la definición en realidad.
–¡Acabáramos! Y, ¡ahora estoy viendo a mi bisabuela! Pero, ¿cómo puñetas...?– me cuestionaba en mi particular monólogo.
-Estoy aquí porque tú me has llamado. Así que...no deberías sorprenderte tanto.
–¿Yo?
–Sí, tú –soltó en tono burlesco.
–Pero, ¿cómo voy a ser yo la que la ha llamado?¡¿Pues no dice que la he llamado yo!? – exclamaba con la boca desencajada–. ¡Mi bisabuela! Al final voy a tener que medicarme –susurré mirando al techo. (Al techo y a mi indignación que se tomaba la libertad de colocarse allí, bien arriba).
–Ni se te ocurra.
–Ni se me ocurra, ¿qué?
–Medicarte.
–¿Cómo dice? Repítame eso.
–Hija...¿estás sorda?
–No, más bien perpleja.
–¡Uy...pues entonces...no te queda nada...! –exclamó interrumpiendo una milésima de segundo su concentración en el arte del patronaje automático/visual para poner sus ojos en blanco.
No podía creérmelo. Por alguna extraña razón aquello no solo superaba lo concebible en forma de alucinación sino que además, se mostraba en forma de abuelita tejedora, insomne y puñetera.