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—¿Cómo que ya?
—No puede ser. ¡Pero si solo han pasado 22 minutos! —insisto un poco asombrada y aturdida—. Todos los capítulos anteriores han durado aproximadamente 60 minutos. Un poco extraño.
—¿Qué dices? —me expele mi marido mientras pulsa en el mando a distancia para corroborarme (vía plasma) que el minutaje es correcto —. ¿Ves? Fi-nal de ca-pí-tu-lo.
—¿Encima retintín? —pregunto ofuscada. Pero...¿qué dices? Si he mirado casualmente el reloj del móvil cuando ha comenzado y eran las 16.02 y ahora son las 16.22. ¡No es posible!
—¿En serio? —insiste él a la vez que en su rostro se va asomando un atisbo de duda.
—¡En serio! —exclamo —. ¡Rebobina! —le ordeno como si fuera la reina de corazones indicando con el dedo índice "¡que le corten la cabeza!".
Y él, asombrado, rebobina desde el final del capítulo. Eso retroalimenta su error y todavía no lo sabe.
—Estás confundida. ¿Ves? Eso lo hemos visto...esto...— van pasando los minutos en el metraje mientras mi cara coge un color rojo furia sospechoso.
—¡Empieza desde el principio! —acabo gritando ante la impotencia de saber fehacientemente que estoy en lo cierto.
Y eso hace. Rebobina hasta el principio y comprobamos, ahora con caras anonadadas a la par, que estaba en lo cierto. No habíamos visto el capítulo desde el principio. Nuestro disco duro ha comenzado el capítulo en el minuto que le ha venido en gana aunque mi marido insiste: la explicación más plausible es...que yo me he visto el capítulo cuando él no estaba, o cuando se durmió anoche entre capítulos y ahora no lo quiero aceptar.
—¿En serio? —pregunto con una mueca de "¿y qué gano yo con esa estupidez?". No. No he visto el capítulo a escondidas. ¡Menuda gilipollez!, perdona que te lo diga —contesto con gesto arrabalero.
Debemos salir corriendo. Va a llover y necesitamos imprescindibles de nevera. A ninguno de los dos nos gusta mojarnos después de que caiga el sol. <<Cuando vengamos seguimos viendo el capítulo, desde el principio>> acordamos.
Al volver y realizar las pautas normales de una correcta organización elemental hogareña, retomamos aquello donde lo dejamos.
—¿¡Volvemos!?
—¡Volvamos!
Y pulsa el mágico botón del play. Como todo buen matrimonio que se precie, comenzamos una conversación administrativa mientras transcurren los créditos iniciales. Total, son los mismos en todos los capítulos...
—¿Te acuerdas que esta noche me voy a ver la Super Bowl a casa de Juan?
—Sí. ¡Un momento! ¿En coche? —pregunto iluminando el problema.
—¡Joder! Le diré a Juan que se pase a por mí —contesta asiendo su móvil para resolverlo porque trabaja cerca de nuestra casa.
—Y luego, ¿cómo vuelves?¿Andando?
—No...
En ese preciso instante de reflexión organizativa ambos escuchamos cómo sale de la boca del personaje principal....la frase: ¿Qué va a quedar de ella? ¡La echaron en un tanque de refrigerante!
Nos miramos. Giramos a cabeza a izquierda y derecha. Alcanzo a llegar al mando a distancia para pulsar el botón de pausa y él, soltando el móvil encima del sofá como si le hubiese quemado la mano dice <<¡Vamos a por refrigerante para el depósito de agua del radiador pero ya!>>