Siete años atrás, todo occidente sufría gravemente ante el auge de los vehículos aéreos no tripulados (
VANT) o drones. Los expertos cibercriminales aprovecharon los vacíos legales para realizar todo tipo de entregas, grabaciones no autorizadas (GNA), entregas ilegales propias del tráfico oscuro o de espías y hasta asesinatos.
Este fue el comienzo de la guerra. Millones de personas morían ante la automatización robótica. Aquello supuso un
shock para los gobiernos que se vieron desbordados. ¿Quién iba a suponer que los drones iban a ser equipados con tecnología armamentística de última generación? Las infraestructuras no contaban con tener que solventar el "cuerpo a dron". Ingentes ejércitos de VANTs comenzaron a surcar los cielos y realizando todo tipo de maniobras.
El peor de los temores se cumplió cuando e
njambres organizados y programados atacaron sobrevolando las ciudades en un corto intervalo de tiempo. A veces de forma personalizada, otras, de forma generalizada y sin criterio alguno con el único fin de menoscabar la autoestima e infundir el miedo entre la población civil.
Eso supuso un problema grave que Saluca aprovechó al máximo. Lo que no previó fue verse sobrepasada por la cantidad de trabajo.
Poco tiempo después del último ataque contra el cuartel general de inteligencia en el que falleció la cúpula de mandos militares terrestres al completo, la nueva legislación para el control de vehículos aéreos se hizo realidad. Entonces los perfiles laborales como el suyo se dispararon y como suele ocurrir, la demanda de personal cualificado fue mayor que la oferta de expertos en tiro de precisión. Eso requería de un plus de intensidad para sus turnos.
Y es que, tras la aprobación de la nueva ley sobre espacio aéreo, el Francotirador de Azotea (FA) se había convertido en un puesto laboral imprescindible para salvaguardar a la población desde las alturas. Los edificios más altos disponían de uno las veinticuatro horas del día. Siempre dispuestos al derribo. Algo así como un conserje, pero de vida.
Saluca comenzó por apropiarse
de una licencia de tiro olímpico por el prestigio nacional que ello suponía, se compró varias armas, (entre ellas la Beretta reglamentaria para comenzar el entrenamiento tipo pero también una T-5000) y, tras la tramitación de los permisos pertinentes comenzó a ofrecer sus servicios.
No contenta con ser ella misma pionera en una rama emergente de profesiones en el mercado global, pasó de ser francotirador de azotea de utilidad civil a su actual rango (GUC o General de utilidad civil), reunió a un pequeño ejército de expertos en la materia y los contrató en lo que fue la primera contrata gubernamental de FUC (francotiradores de utilidad civil). Todo ello en poco más de seis meses.
En las azoteas, la única distracción permitida era la visita diaria de los vecinos para extender la ropa al sol pero, por lo demás, las siete horas laborales transcurrían en alerta máxima. No pasaba ningún día sin que se derribase algún que otro OVNIE (objeto volador no identificado o esperado).
Los francotiradores de azotea tenían una tarea clara y concisa: Abatir a todo OVNIE desde las azoteas de los edificios más altos. Prioridad absoluta: (si se podían distinguir con antelación) los VANTs.
Principalmente los OVNIEs eran vehículos aéreos no tripulados (VANT) también conocidos como drones. Pero todo los VANT no suponían una amenaza. Empresas como Aclarazón o
Pineapple o el propio servicio postal disponían de servicio de reparto a través de este medio automatizado de transporte para sus ventas. De ahí que se necesitase personal preparado para seleccionar y cribar dichos aparatos voladores de función comercial o estatal de aquellos que no lo eran. Personal, tiempo y recursos. Saluca comprobó de primera mano lo que suponía comenzar a ver rebosar las cuentas bancarias del negocio.
Sí...de acuerdo...la empresa funcionaba a pleno rendimiento que se traducía en prosperidad económica para sus componentes, pero, en su caso, ¿a qué precio? Al precio de restarle horas de vida por falta de sueño.