EL ESTADO CUÁNTICO DE LA POESÍA: NO, NO ES POETA PERO ES POETA.



Autor: Spreaf, Maximiliano 
Buenos Aires, 2018 


No soy poeta pero es ese libro cuyo título difuso asalta al abrirlo, desata la intención de destronar al propio lenguaje. Imágenes lingüísticas que interpelan con el acento de un “no recitador de poemas” que retumba en nuestra imaginación. 
Diseño portada: Jeymer Gamboa
Desde la portada alegórica Gamboa ya declama las intenciones del autor, canaliza a la perfección la ruta de acceso al universo poético del que se nutre Spreaf esforzándose para empezar a ofrecernos sus símbolos a través de una pulida presentación lingüístico-visual. Ese trompo en primera línea cuyo estadio actual es el estatismo rodeado de formas geométricas propugna, sin necesidad de megáfono físico pero con todo el potencial de un elemento psíquico y vociferante, el instrumento con el que el “no poeta” sigue retándonos a su no identificación. 
Justo hoy leo No soy poeta pero. Hoy lunes, casualidades de la vida, pudiera ser ese lunes… en el que cumplió “…la edad/que tendría mi vida/si la hubiera vivido con vos”. 
Spreaf dice que ha escrito desde niño, pero que no es poeta pero que va “…a desmembrar las horas/pesar el sonido/y la sangre tan liviana”. Que inició estudios sobre la psique humana en la Universidad pero que, eso no significa que sea poeta y que …pero…que ahí lo deja…que “…quizás vuelva un rato…/a/remendar voces…” a “…pedir perdón”. 
Y como si la iluminación interior de una habitación sin vistas fuese la única opción viable, revive momentos en los que convierte el lenguaje ordinario en atributo e insignia, en significante con multiplicidad de significados. El no ser poeta para Spreaf es algo así como si el hallazgo del Don de la Ubicuidad trasformase el estado cuántico de gatos binarios en vistos y no vistos. Algo de lo más inquietante si sabes usarlo bien. Y parece que Spreaf sabe, aunque escriba (le digan) que no. 
El sentido realista que abarca el potencial del poemario No soy poeta pero exige un estado de ánimo necesario para leer poesía. Exige y posibilita ese preciso estado de desasosiego suspendido en el aire. El instante del vacío más absoluto que todos anhelamos a la hora de limpiar nuestras conciencias y volver a lo filosófico, a lo sublime…y, si me apuras…a lo metafísico. Lo metafísico como el reconocimiento de uno mismo en el otro, como muestra de estar ahí sin ser o siendo sin estar ahí. 
No soy poeta pero devuelve a la dualidad transmutada y permanente, empuja a la doble interpretación (aunque las apariencias sean lenguas claras) atrapándote en una espiral transformada para lanzarte cual peonza vital que gira y gira, ahora ya sí, de forma indefinida.

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