CA(SI)PICUA
BORGEN- GENBOR(G)
Más de tres décadas dedicada a la investigación genética, noches insomnes que le aportaban un antifaz amoratado perpetuo a sus ojos como si de un tatuaje se tratase y que le servían para recordar esa inversión existencial ineficaz en trabajos de investigación que acaban siempre refutando sus hipótesis.
Silvia salió del centro HYBRID con ganas de llorar. Fichó con su retina recién operada para domotizar algunas funciones avanzadas de su cuerpo y salió deprisa de aquel impersonal y desinfectado hall corporativo.
Aunque su carrera profesional se tejió en diversos organismos públicos y privados del país, emigró a Australia con veintisiete años. Allí le ofrecían unas condiciones de vida más que aceptables fuera del alcance de muchos mortales en su lugar de origen. Lo cierto es que no lo tuvo que pensar demasiado. Se largó. La suerte quiso que, con su sueldo, pudiera mantener a toda su familia. La propuesta llevarse consigo a todos caló positivamente entre sus dos hermanas pequeñas y sus padres, ya jubilados, que lo vieron como una oportunidad magnífica de desarrollo profesional para todas ellas.
A Silvia, genetista de profesión y cuya tesis doctoral versó sobre "el gen Borg, una hipótesis de ficción transliteracional", le obsesionaba la posibilidad de alterar nuestros genes para la mejora de ciertas capacidades humanas. No es de extrañar pues que la reclutara una de las corporaciones tecnológicas más influyentes en la última convención internacional a la que acudió celebrada en Toronto.
Resultado de todo ello: Se encontró en Australia a sus treinta y dos años, investigando sobre la alteración genética en humanos. Trabajaba doce horas al día, su vida personal era inexistente y la profesional comenzaba a desesperarle por la falta de resultados.