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Fase posdoctoral. Previsión de fondos para actuaciones extemporales

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Relatos de la serie Alejandra y los caracoles
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Tu vida telenovelada no es siquiera la sombra de lo que podría ser.
El descarte de Alejandra, sus silencios y la construcción de un enjambre.
Estado de la cuestión del único rasgo en común...
Alejandra y Montenegro. No saber de negativas y el resultado imperfecto...
Alejandra, el café y otro libro que descartar.
Iván no es tan tonto, ni sus confesiones son tan escatológicas.
Alejandra y su primer día de trabajo como..."ponga aquí..
¿Se puede saber a qué ha venido eso?
Alejandra Toc Toc, la buena educación de los monos...
Alejandra y los caracoles: una provocación...
Alejandra y los caracoles: te pongas como te pongas, la guerra está ganada.




–¡Querido! Perdón por el retraso. ¿Sabes la reunión de la que te hablé?–comenzó a parlotear–. La han pospuesto. ¿Te lo puedes creer?¡Tenemos todo el tiempo del mundo hasta las tres y media! 

–Tranquila, no nos soportaremos tanto tiempo–murmuró al justo nivel para que lo escuchase sin problemas.
–Te pones a la defensiva y eso hace desagradable el momento, que lo sepas– decía a la vez que abría la carta para ojear las sugerencias del chef.
–Desagradable se hace porque tú quieres.
Fuente imagen:
pixabay. CCO
Autor: Daswortgewand

Ambos hicieron una pausa. El servicio tomaba nota.
–¿Vamos a empezar?–preguntó una vez se hubo marchado el empleado.

–¿Yo? A ver...¿qué he hecho esta vez?
–Que¿qué has hecho?¡Como si no lo supieses!

Su indignación crecía por momentos.

–¿De verdad era necesario dejar a la chica en ropa interior? Me dijiste que la querías para redactar discursos. Que por cierto, tendrás que explicarme...
–¡Es eso!–interrumpió haciéndose la sorprendida.
–Y, ¿qué iba a ser si no?¿Crees que me apetece esto?
–No hace falta que seas tan desagradable...–murmuró.
–¿Recuerdas?¡Estamos divorciados!¡Por el amor de Dios, Ana! Suficiente tiempo paso ya a tu lado en fechas señaladas por nuestros hijos. 
–No el suficiente.
–¿Qué?–preguntó aturdido tras su nueva interrupción.
–¿No sabes qué día es hoy?

Pensativo y todavía recuperándose de las varias conversaciones simultáneas a las que había dejado de acostumbrarse gracias a su separación, bajó la guardia. Su cabeza comenzó a buscar fechas. La pausa duró dos minutos. Básicamente por el calor del verano que parecía traspasar las paredes del local. De lo contrario habría tardado menos en darse cuenta de que era el cumpleaños de su exmujer. Al caer en la cuenta estalló. Comedido y elegante pero...

–¿De verdad has hecho lo que creo que has hecho?–preguntó apretando los dientes para que no se notase.
–¡Ay, no te escandalices!

Como a todo, ella siempre le quitaba importancia. La estrategia le servía para la vida diaria, para los negocios, para alterar su vida personal por negocios... en realidad para todo. Algo innato.

–¡O sea que sí!Pero ¡Ana!¿qué...?–incrédulo se echaba las manos a la cabeza-. ¡No me lo puedo creer!¡Estás peor de lo que me imaginaba! Bueno...siempre has sido así...pero, ¿a tal extremo?–expresaba en voz alta sin dejar de tocarse la cabeza.

David cerró la boca. Daba la impresión de empezar a reflexionar, o al menos a  organizar la chaladura para intentar entenderlo.

–A ver si me aclaro porque el calor no me deja pensar...¿Me estás diciendo que has hecho que mi representada se quedase en paños menores porque sabías que iba a montar en cólera, querría hablar contigo y así comías conmigo porque hoy es tu cumpleaños?

Otro silencio a la espera de contestación con la mano extendida para recogerle el guante...

–¡Tampoco es para tanto!-gesticuló–. Además, deberías sentirte halagado. No lo he hecho porque no quisiera comer sola. Si no porque quería comer contigo. No es lo mismo.
–Ana, hacer que una chica se quede en ropa interior en una entrevista de trabajo para que venga a hablar contigo porque sabes que te pediría explicaciones en esta reunión,  es de estar, ¡francamente mal!¡Muy mal Ana!¡Fatal!
–¡Ay va! Deja de tener esos espasmos por favor, que nos van a empezar a mirar todos los comensales.
–¿Que qué?¿En serio pides consideración?¡Y a mí que me importa!
–A mí sí me importa–expresó con esa sonrisa siniestra tan molesta en la que se leía "clara ventaja"–. Por dos cosas: porque el restaurante es ahora de mi propiedad, punto uno, deja de montar el numerito que ya no tenemos veinte años y segundo punto: porque sí. Te vas a calmar, vas a comer conmigo y todo el mundo va a ver cómo nos divertimos.
–¿Cómo? ¿Que has comprado el restaurante?–preguntó confundido–. ¿Por qué no me lo has dicho?
Fuente imagen:
myself
–Estamos divorciados. No tengo motivos, ¿recuerdas?-acabó diciéndole con sorna.
–Pero...¡No desvíes la conversación!
–Bueno, ya. ¡Cálmate!–exclamó dando un pequeño golpe en la mesa empuñando la servilleta.

Ese gesto solía finalizar todas las discusiones cuando estaban casados, pero...ya no. David sintió una punzada de alivio al recordarlo y se mostró desafiante.

–Y si no ¿qué?

Otro silencio expectante. Un relleno de copa de vino blanco que se mantenía en la cubitera a su derecha y un suspiro fueron la antesala de la respuesta fría y calculada. Le salió así...natural.

–Pues que tu chica se queda sin trabajo y tú sin tu suculento porcentaje. Sabes que le pagarán un buen montante, ¿verdad?  Sobre todo si lo decido yo. Y no te creas, es una pena que quieras irte porque he visto lo que escribe y tiene un potencial excelente–concluyó sin inmutarse–. ¿Champán? ¡Rubén, haz el favor!-gesticuló dirigiéndose al camarero.

Su exposición sobre los hechos terminaba sin alternativa a la refutación.

–Era previsible...En realidad no sé de qué me sorprendo. Si acudo a ti, el juego limpio brillará por su ausencia. ¡La gran Ana Sansaloni en todo su esplendor!–contestó extendiendo con teatralidad los brazos.
–Gracias, gracias–contestó–. Sí. Técnicamente soy una Arpía,  pero siempre te gustó esta forma de ser tan mía. Así es como se hacen negocios querido. Ya lo sabes.

Si hubiese podido atravesarla con un super poder de rayos láser lo habría hecho. Hasta que la ciencia descubriese cómo volverse un superhombre se conformó con darle en el único lugar que sabía le dolería.

–¿Eres consciente de que no voy a volver?

Otra pausa que al parecer ella se esperaba. Por eso provocaba los tiempos a su antojo. Daba la sensación de saber qué utilizaría su exmarido para atacarle.

–¿A casa, dices?
–Sí.
–Volviste una segunda vez. Tiempo al tiempo...
–Tú no te cansan nunca¿verdad?–preguntó.
–Querido. Jamás me cansaré de ti. Nuestro divorcio también es un negocio. ¿Cuándo te darás cuenta?¡Sonríe!¡Ya viene el champán!
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–¿Ana?
–¡Buenos días David!¡Qué sorpresa!–exclamó con su papel bien ensayado.
–¿Sorpresa? ¿En serio?
–¿Qué ocurre?–preguntó con una entonación expiatoria de culpa–. Mira, ahora mismo no puedo atenderte, pero si quieres podemos quedar para comer y hablamos ¿Te parece bien?
–Esto...

David no alcanzó a finalizar. Quisiese o no quisiese debería pasar el filtro de la gran Ana Sansaloni.

–Bien. Pues nos vemos en el Maryroad a la una en punto. Nos tomamos un aperitivo con tranquilidad y comemos. Ten en cuenta que tengo exactamente treinta minutos. A las trece cuarenta y cinco...creo...-interrumpió mientras se escuchaban unas hojas pasar y a Maite, su secretaria/ayudante/chica para todos, susurrándole una reunión–. Sí eso...dice Maite que tengo una reunión con inversores.¡Uff!Esa reunión... ¡No me acordaba! Bueno, no pasa nada...Comprenderás que es importante, así que...no llegues tarde. Hablaremos de todo lo que necesites, me disculparé por todos los males que he cometido y eso..., prometido.¿Sí? ¡Estupendo!

–¡¿Lo que necesite?!–preguntó visiblemente afectado–. Mira Ana...

No pudo hablar nada más. El sonido característico del colgado de teléfono fue lo único que le mantuvo la conversación.


Fuente imagen:
Pixabay
Autor: Alexas Photos
El Maryroad era uno de los restaurantes favoritos de Ana. Cuando se conocieron, tomaron su primer cóctel allí. Poco tiempo después, comían a diario en él siempre que podían, entre otras cosas por su proximidad a las oficinas. Lo que desconocía David es que, además, desde su segundo divorcio, se había convertido en centro de sus operaciones empresariales. Ana lo adquirió a bajo precio.  Justo al estallar la crisis en el verano del 2007 y desde entonces (como todo lo que tocaba) lo remontó ganándose el respeto de todos los restauradores de la ciudad llegando a otorgarle el premio al mejor local de restauración de ese año. 


A la una en punto apareció. Con traje impecable, camisa blanca y sin corbata. Sus zapatos merecían sin embargo un capítulo personalizado en el que no entraremos. Solía pulirlos hasta la saciedad y se reflejaba cualquier halo de luz en ellos de forma sorprendente.
Entró en el restaurante y preguntó por la reserva. 

El camarero, un muchacho de apenas diecinueve años le buscó en la lista del ordenador de la entrada.

–Sí, señor....A la una, Ana Sansaloni. Permítame que le acompañe a la mesa–respondió con gracilidad y una sonrisa aparentemente franca–. La señora Sansaloni todavía no ha llegado.

Típico de ella, pensó David desabrochándose la chaqueta al tiempo que se sentaba.

–¿Quiere que le traiga algo de beber mientras espera, señor?–preguntó el chico.
–Sí gracias. Póngame un vino blanco.
–Enseguida, señor–. Contestó saliendo raudo hacia la zona de barra.

Quince minutos después y segunda copa comenzada, notó una mano que le acariciaba los hombros a modo de bienvenida. 



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