Proyecto cara de col | Proyecto caracol

Fase posdoctoral. Previsión de fondos para actuaciones extemporales

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  • NOTICIANDO
  • PUZLESÍA: RETALES EN PROYECTO
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I. Knock, knock: naturaleza de entrada exenta de prejuicios.


Knock, knock.
Knock, knock.
Knock, knock.


Fuente imagen: Annette von Stahl
—Y, ¿bien? —pregunté en voz alta mientras observaba, ahora con más claridad, que era más que probable que por su edad avanzada no tuviese activado e incluso ni implantado, el Software de Identificación Nacional Genético (también conocido como SING)1.
—¡Gracias al Sol que estás bien!¿Dónde estabas?¿Puedo pasar?Tu madre está con el alma en una  cuerda. Acaban de darme el estudio sobre implantación de retina del Doctor Spin —soltó así sin más.
—¿Perdón?¿Mi madre?¿Qué estudio?¿De qué habla? —. En ese instante, rebusqué sin mucho éxito (por mí misma y sin ayuda del explorador cerebral, o EC) algo que me permitiese reconocer a aquel individuo que me trataba con tanta familiaridad, nombraba a mi madre y un estudio de yo no sé qué... ¿Qué madre?¿Tenía madre?¿Desde cuándo?, y, lo peor de todo, ¿cómo es que todo aquello parecía información nueva para mí?

—Sonia, vamos... —insistió—. Hace más de dos meses que no sabemos nada de ti. ¡Estábamos muy preocupados! —proseguía con intención de introducirse en mi vivienda. Suerte que el escudo ejecutaba a la perfección las funciones para las que fue diseñado. Una pequeña descarga eléctrica le sobrevino nada más traspasarlo con la mano izquierda e inmediatamente retrocedió dando un salto.

—Sonia, ¡déjame entrar ahora mismo! —exclamó como si fuese un agente con pleno derecho.
—¿Qué?¡Si no le conozco de nada! —contesté riendo—. ¿Cómo voy a dejarle pasar?
—¿Que no me conoces de nada?¡Venga, déjate de bromitas que no es el momento!¡Espero que cuándo tengas hijos no sean tan bordes contigo como tú lo estás siendo con tu padre ahora mismo! —gritaba descolocado. El eco de sus palabras se paseaba descarado por todo el rellano —. 
—Ha dicho, ¿mi padre?¡No sabe lo que está diciendo!¿Cómo va a ser usted mi padre? —solté una risita nerviosa a la par que un lapsus mental interrumpió mi discurso. ¿Quién era mi padre? No recordaba nada de él. Acudí ahora sí al EC. Mi angustia se aceleraba porque, ni automatizándolo, encontraba información al respecto en mi memoria. 
—¡Por el amor del Sol!¡Ya te han intervenido!Ya te han intervenido!, ¿verdad? —afirmaba y preguntaba como si tuviese acceso privilegiado a mi pasado. ¿Cómo era posible que aquel desconocido/alterado mental (ya de paso) supiese lo de mi operación? Me sobrevino un vendaval de sensaciones indescriptibles y un leve regurgitar de...algo...así como...¿ajo? De inmediato me interpelé: Céntrate, Sonia. ¿A quién le importa ahora el mal sabor en la boca?Lo prioritario es saber qué está pasando.


1. Después de 2040 se implantó de forma obligatoria a todos los humanos residentes en la región una vez cumplían los 14 años de edad. 

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II. Knock, knock: naturaleza de entrada exenta de prejuicios.

Knock, knock.
Knock, knock.
Knock, knock.



Fuente imagen: Sofía Bonati
Me acerqué tras escucha un sonido leve de nudillos golpeándola. Vamos, ¡nadie llama así a la puerta ya! La costumbre es enviarte una notificación al eje central de encapsulamiento y tu oído biónico la tramita a tu conciencia. Es instantáneo y ahorra movimientos innecesarios para el huésped pero también para el anfitrión. ¡Por favor, lo sabe todo el mundo!, pensé.  Bien, no es importante para lo que me ocupa, os ahorraré los detalles. El caso es que aquella forma de actuar obsoleta me pareció intrigante, por lo que decidí trasladarme sin hacer ruido hasta la entrada y escanear la puerta con rayos X directamente. La domótica en la vivienda fue uno de los primero modelos implantados en todo el edificio en la década de 2060. Se encontraba pendiente de reforma porque la tecnología se consideraba desfasada y como el envío de imágenes holográficas a mi retina para el control de entrada acababan de implantármelo me recomendaron tratar de no forzar sus funciones hasta pasados unos meses. No podía hacer mucho más.
Parecía un hombre y su cara le resultaba familiar. Desde esa perspectiva era incapaz de identificarlo y preferí volver al salón para comunicarme con él. Tomé asiento en el flamante y nuevo sofá flowchair y mi cerebro se encargó del resto.
—¿Quién es? —transmití—. En la puerta se volvía a escuchar el toc, toc.
—¿Qué quieres? —insistí con los ojos cerrados—. La infalibilidad de la transmisión era incuestionable. Me iba el prestigio en ello. Era profesional de la ciberseguridad desde que tenía 12 años. El visitante debía saber que contactaban con él. ¿Por qué no respondía? Si, como se suponía, se cumplía la LGDP, nadie podía tener acceso a tu cerebro sin tu consentimiento. La transmisión debía realizarse sin problema alguno por el único canal abierto para ello; sí o sí.
Pero, ni contestaba a mi interpelación ni el sonido de llamada manual cesaba en la entrada. Me levanté preocupada, me dirigí hacia el sensor del escudo láser de seguridad, y acercando mi huella dactilar di la orden de apertura. El recelo con el que actuaba no era para menos, alguien que no contestara a la Intracomunicación Cerebral(IC) se encontraba fuera del sistema y si se encontraba fuera del sistema, no podía ser ubicado ni controlado (y eso para empezar...). Con mi estatus gubernamental debía tomar todas las precauciones posibles.
Mis brazos cruzados y la posición de apoyo corporal sobre una pierna mientras con la otra golpeaba el suelo con la punta del pie mostraban, con claridad inusual, una expresión desafiante y disgustada a la vez, que me sorprendía hasta a mí misma. 


Este relato forma parte de una serie de relatos denominados "Pincha aquí".
Para saber más:
Pincha aquí.1ª parte.
Pincha aquí. 2ª parte.
Pincha aquí. 3ª parte.


Fuente imagen:
tackyraccoons.com


Mi tía Paula no era mi tía. Mi padre y ella eran hermanastros. Su madre se casó con mi abuelo poco tiempo después de enviudar. Él también era viudo. Mi abuelo y la madre de mi tía Paula trabajaban juntos. Eran farmacéuticos. En realidad mi abuelo trabajaba para su madre. Ella era la dueña de la farmacia. Así fue  como se conocieron (al menos, esa es la versión oficial).
Como no podía ser de otra forma, mi tía Paula, también estudió farmacia. Era hija única y, como cualquiera sabe, una farmacia es una mina de oro. Un negocio así cuesta mucho tiempo e inversión y no se deja perder pese a que un hijo no tenga vocación de boticario. Si eres hijo de farmacéutico tu futuro es cristalino: serás farmacéutico. No existe opción ni resistencia posible.
El caso es que mi tía Paula estudió también farmacia. Menos mal. Aprovechando que su vocación coincidía con su profesión y pese a las reticencias de mi abuelo y su madre en que abandonase el pueblo para irse a trabajar para una gran multinacional, se especializó en investigación. Antes  de acabar la  carrera ya mezclaba pociones becada en una multinacional del sector. Casualidades de la vida, incluso siendo farmacéutica y heredando un negocio próspero, prefirió averiguar cómo funcionaba el mundo a escala molecular. Su particular perspectiva sobre ello le hizo despuntar en I+D. De pequeño siempre me la imaginaba vestida de bruja de luz removiendo el caldero mientras el humo de las mezclas se expandía inexorablemente por el universo. 
El caso es que, pese a que nosotros no éramos familia directa, como mi padre y ella pasaron la adolescencia como hermanos, ese cariño se arrastró y se consolidó cuando nos mudamos a la misma ciudad en la que ella vivía. Gracias a los contactos de mi "casi tía", mi padre encontró un buen trabajo en Bruselas como profesor de Español y nos trasladamos allí.
Un domingo salimos todos de excursión. Pauli, como la llamaba mi padre, se empeñó en hacernos de guía turístico y nos llevó a Aywaille. A mi madre le hizo ilusión y apoyó la idea. Mi madre y mi tía tenían una relación estrecha. Casi como cuñadas. Esto de ser casi familia, pues...que une mucho...¿no?

—Sí. La familia la hace uno, eso es cierto –contestó Manuela a mi relato mientras tomaba otro trago del refresco que le acababa de servir el camarero.

En la terraza exterior de aquel bar la brisa cálida empujaba suave. Para la época del año en que estábamos no era normal. Siempre solía refrescar. Pero no era el caso. El acompañante airoso invitaba a permanecer allí sentados a perpetuidad.

—Pues esto...como te iba diciendo, ¿por dónde iba?
—Por...que fuisteis de excursión. 
—¡Eso, eso! –exclamé recobrando la memoria–. Pues, un domingo, creo que era marzo, no lo recuerdo bien, nos llevaron de excursión. <<A escalar>> dijo mi padre. Yo tenía...creo que 10 años y mi hermana Azucena 6. Ya ves... éramos unos renacuajos. Escalar, escalar...pues te imaginarás qué iríamos a hacer; caminar unas cuestas de dos o trescientos metros, almorzar por allí y poco más...

—Sí. Claro, con niños tan pequeños...

Pero me llamó la atención que mi tía Paula insistiera mucho antes de salir en que dejáramos los teléfonos móviles en casa. Lo recuerdo bien porque mi padre y ella tuvieron una pequeña discusión, nada grave, sobre la incoherencia que suponía estar incomunicados de viaje con niños pequeños. Discusión que quedó zanjada con la opción intermedia planteada por mi madre. La diplomacia era una característica esencial en ella.  Los teléfonos se quedarían en el coche por lo que pudiese pasar, y punto. Yo creo que mi madre se olía algo. 

—¿Qué pasaba? Joder, Santi, me tienes...
—Bueno, espera que voy. No seas impaciente.Te dije que te daría una historia, ¿no? Pues debes conocer todos los datos. Te mereces ese ascenso y te lo van a dar. Te lo digo yo —inquirí muy serio. Aquello no podía tomárselo a la ligera.

La cuestión es que hicimos la ruta correspondiente y llegamos a Remouchamps. Resulta que la escalada fue por el interior de la tierra. Visitamos las Grottes... todo estupendo...por supuesto cualquier elemento de comunicación se quedó en el coche...etc. Ya sabes...
Algo pasaba. Mi tía no era una persona con perfil paranoico ni maníatica. Pero, pasado el tiempo, ahora sí puedo decirte, con la perspectiva de madurez que me otorgan los años, que aquel día se comportaba así.

—¡Bueno y qué...! –volvió a insistir con gesto impaciente. Terminaba su primer refresco y le hacía gestos exagerados al barman para que le sirviesen otro.

—Hazme caso, saca la libreta –. Ahora era yo el que le pedía con extrema urgencia que comenzase a tomar nota de todo. Hasta ese momento, el cuento parecía eso; un cuento. De ahí que no tuviese mucho interés más allá del que pueden darse dos amigos en contarse sus historias tomando un café. 
Sin pensárselo mucho y mirando mi semblante, sacó su libreta de aquella especie de zurrón carcomido, rebuscó con la otra mano y extrajo un bolígrafo. Lentamente abrió la tapa hasta encontrar la primera hoja libre e hizo ademán de comenzar a apuntar volviendo a mirarme expectante.

Seguimos con la excursión por la N666. Durante todo el día, mi tía no dejó de mirar atrás, de observar por todos los lados como si creyese que alguien nos seguía. Pero no era así. Bueno, ahora pienso que quizás sí, pero por aquel entonces, ¿quién se iba a imaginar...?

—Um. Empieza a interesarme... —interrumpió mi amiga periodista.
—Pues todavía no tienes lo mejor —respondí dándome importancia.

Desde siempre él había sido un tipo duro. En su casa bebían agua fría todo el año. En el colegio, sufrió golpes psíquicos que le hicieron reír. Se lo tomaba como una experiencia para aprender estrategia vital. Por aquel entonces ni lo sabía.
Al llegar a secundaria, su carácter se forjaba a hierro con los bocadillos de pan duro que su abuela le untaba de aceite y cacao.
Nadie estaba más preparado que él para la situación ante la que le puso la vida. 
Tras sus últimas discrepancias con los dos compañeros de curso, que no de clase,  y aprovechando que en el centro escolar en el que estudiaba no existía la posibilidad de realizar más que la primaria, sus padres optaron por buscar un colegio privado. Por aquello de las compañías, los contactos y por extensión justificada de su decisión; la educación cristiana en valores. 
Ingenuos. No saben que el mal se extiende en todos los lugares y que, la siembra de principios alterados genéticamente, es el mayor imperio forjado por herreros del mal desde la cuna del hospital1.
No entendieron nunca que solo el entorno puede salvarnos. Esa fue la causa de que el innatismo de la defensa no fuera percibido jamás por ninguno de los miembros de su familia.
La cuestión es que su origen era humilde. Pese a que sus padres fuesen personas instruidas, tituladas y de posición laboral reconocida, la liberalidad de la misma y las reformas fiscales impuestas por el gobierno de turno, ahogaban a cualquier emprendedor. De ahí que, el esfuerzo por mantener el estatus suponía alta inversión económica y mental.

Fuente imagen:
design-milk.com
Pulsado el inicio de curso, los problemas comenzaron. Uno, dos y tres. Sí. Tres días le duró la calma. Al cuarto, en el comedor estudiantil, un gilipollas de tercer curso de la secundaria tuvo la magnífica idea de restregarse por su polo blanco impoluto con los restos masticados de kiwi que llevaba en la boca.
A la salida explicó a sus padres que le esperaban en la puerta, en qué consistía la gracia. 
Su madre, encendida ante la situación, pues no le compraron otra muda porque ese mes ya no les llegaba el presupuesto para más, no pudo remediar esgrimir ciertos improperios dignos de un literato. (Su instrucción se la pagó ella también. No podía soltar cualquier insulto, así, sin creatividad).
Al llegar a casa, comprobó el estropicio. Ambos progenitores departieron concienzudamente la forma en que podría desaparecer aquella mancha. Definitivamente, el quitamanchas "un minuto" era la mejor solución. El padre colocó la pieza en la lavadora y la madre miró al cielo para solicitar que parase de llover, saliese el sol y secase a tiempo para el día siguiente la susodicha pieza del conjunto uniformado.
Al llegar al tendedero, cinco y media de la tarde, lucía un sol abrumador y la brisa de los treinta minutos. Colocó el polo con parsimonia, disfrutando del momento solar con los ojos cerrados y se aisló del mundo sabiendo que la regla de los mil ochocientos segundos de brisa no fallaría. La ropa estaría seca en ese plazo.
Al volver en sí, giró y se encaminó hacia la cocina. En el pasillo se encontró al niño y, alzando la mano con el dedo índice erguido le dijo:

–Dile al bocachancla ese que te ha manchado, de parte de tus padres,  que vaya con cuidado. Que tenemos tanto, tanto poder, que hemos hecho que pare de llover y salga el sol para que se seque su estropicio. Mañana seguirá lloviendo.

¿Qué?, pensó el hijo.
La cara del muchacho, (pues ya no era un niño, su altura así lo corroboraba), era un bonito poema de circunstancias mezcladas con una incredulidad divertida que acabó en carcajada, al tiempo que finalizó de comprender la frase.

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www.dezuu.es
Al día siguiente, tal y como predijo la madre, llovía.
Y llegó la hora de la comida. Normalmente era una bazofia pero el postre... el postre era espectacular...¡tocaban fresas con zumo de naranja natural! 
Nuestro protagonista sonrió.
A la hora de la comida, el agresor, (de aquí en adelante le llamaremos "artista"), reía con sus compañeros de creatividad cuando de repente una alegre lluvia de fresas con nata le caía exactamente por el mismo hombro por el que el día anterior su kiwi chorreaba en la de nuestro chico. Sonó un estruendo portentoso. Era una risa general de la que se hacía eco hasta las paredes. Al volver la vista sorprendido, el artista observó un par de móviles grabando. (Para acabar de arreglarlo...).

-¡Oh! Lo siento, no sabes cuánto–respondió con la suficiente sorna como para que se le notase–. Es que... me he resbalado con el líquido este del suelo...-explicó mostrando un poco de zumo de naranja justo detrás del artista.

Al ofendido se le intuía la preparación del puño desde el instante cero. Nuestro chaval estaba preparado para asumir las consecuencias...y el golpe. Toda la noche elucubrando. Su plan iba a ser un éxito. No siempre es el ganador el que golpea primero, ni el que lo hace mejor.

Antes de poder decir nada. El puño del artista cayó como un mazo en su mandíbula. Más allá de reaccionar huyendo (que sería lo lógico)pensó respondiendo al golpe con un sorprendente derechazo en el estómago de su contrario: Te estaba esperando. A ti te expulsan y a mí, si lo hacen, me libran del examen de francés. Gano, gano por todos los lados.
Y es que para sobrevivir... cada uno tiene sus técnicas.



1.Por lo que no diferencia entre lo público y lo privado. En ese sentido, es muy demócrata. 






La abuela Angie llevaba más de cinco años en cama. Todos la desahuciamos el tercer año, pero ella, se encontraba en sus plenas facultades mentales y seguía siendo elocuente en sus conversaciones. Lo único es que, le fallaban las piernas y por ello, sus diez hijos tuvimos que ocuparnos de ella.
La granja siempre había sido su refugio. Desde su primer matrimonio con aquel acaudalado terrateniente (descendiente de una estirpe de irlandeses con olfato para los negocios) la familia se instaló en ella.
Ó Conaill, irlandés de pura cepa, disponía de una gran fortuna y, aunque la tierra y el ganado no eran santo de su devoción, ciego de amor como suele decirse, siguió a su esposa hasta donde ella consideró. 
Por aquel entonces la abuela Margaritte Angelica aportaba al dote ya dos hijos de una alocada juventud, 1Sandy y 2George. Nadie supo nunca quién era el padre de ambos, porque eso sí,  la abuela también procreó en su juventud, no por fornicio desmesurado y desequilibrado, sino por amor. Lo que ocurre es que él, el padre de sus dos primeros hijos desapareció misteriosamente y como castigo (hacia él), jamás desveló su nombre.
Fuente imagen:
agrega.educacion.es
Poco después conoció al abuelo Ó y a él le siguieron otros seis matrimonios. Seis veces desposada y las seis veces, se quedó viuda, que ya es mala suerte.
A pesar de viuda...acaudalada, que, tampoco estaba mal.
Vinimos con el gen instalado, no se sabe muy bien porqué, de devoción por la naturaleza. Ninguno tuvimos suficientes luces como para dedicarnos a labrarnos una carrera fuera de aquella granja y, madre, única mujer inteligente por los alrededores, lo sabía. Lo sabía y dice siempre que tiene un plan...que ya ves...¿qué plan podrá tener? Cosas de vieja, supongo.
A lo que iba, 3Gertrudis es la primogénita oficial. 4John y 5Jack gemelos fruto de su segundo esposo. Un abogado, albacea del testamento y amigo personal del abuelo Ó, que consideró interesante, no permitir que, una mujer con su talento específico para la independencia en los años treinta en aquellos parajes, se quedase viuda y sola.
De su unión surgieron 6Anne, 7 yo mismo, Diddo  y 8Samantha. 
Al fallecer dicho abogado tras una fuerte discusión que acabó en disparos como en el lejano oeste y con su vida, la abuela enviudó, obviamente, de nuevo. Tres años después de un más que justificado luto, volvió a contraer nupcias con el banquero del pueblo. Un joven titulado en Harvard que la rondó durante meses y que, se cree, vio en ella, la madre que nunca tuvo. 
Al menos eso es lo que creyeron en el pueblo, porque, de otra forma, nadie comprendía, confieso que yo tampoco,  como un hombre de su potencia, cayese en manos de la abuela, mujer curtida por los años. Esto último lo pensaba, sobre todo,  la señora Doght, mujer del párroco, directora de opinión y  cotilla titular del equipo de cotillas del pueblo.


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nerdgasmo.com
Con Andreu, mantuvo una larga relación marital que duró diez fructíferos años hasta la gran depresión. La que adoptó el esposo al ver que no podía tener descendencia. Nadie discutió, como era normal que, el problema era de él, a lo cual, respondió su mente, con un suicidio. Todo muy lógico por otra parte.
y¿adivinas quién fue el cuarto marido para la abuela y regocijo de chismes en el pueblo? Efectivamente. El padre de Andreu.
El padre de Andreu. Viudo de 20 años. Al aparecer en la granja para el funeral de su hijo, se obcecó de tal manera con nuestra Margeritte que, no tuvo más remedio que, desposarse con él, un año después.
El padre de Andreu, era uno de los judíos más influyentes de los lobbies norteamericanos. También claudicó ante la romántica idea de vivir en una granja y se instaló rápidamente. Aunque por negocios, pasaba largas temporadas fuera de allí,  tuvieron dos hijos más 9Malena y 10 Emilio, nombres hispanos, en honor a los abuelos españoles del esposo. Estos serían los últimos  hijos de Angie, que rozaba la cuarentena y se negó a traer más hijos al mundo. Ya había cumplido suficientes, años, digo.  Y con lo coqueta que era ella, mantener la línea  con tanto hijo era algo complicado. Dijo no. No más hijos. 
Su judío descendiente de españoles, murió pocos años después, de muerte natural. Era mucho mayor que Margie y falleció plácidamente en una habitación de hotel, en uno de sus múltiples viajes de negocios. No sin antes cerrar el mayor trato de su vida con piedras preciosas.
En los intercambios comerciales fue donde la abuela conoció a sus dos siguientes esposos que apenas le duraron 2 años cada uno. El primero murió en un ataque terrorista en Somalia y el siguiente murió nada más casarse, en la noche de bodas, tras un ataque al corazón. No se cuidaba demasiado.
Así la lista quedó en:


  1. Ó Conaill
  2. Abogado
  3. Andreu 
  4. Padre Andreu
  5. Sin importancia 1.
  6. Sin importancia 2.


Fuente imagen:
consejosdelconejo.com


-¿Por qué me cuentas todo esto papá?
-Tú me lo pediste.
-No, yo no te pedí que me relatases mi árbol genealógico.
-¿ah no?
-No, yo solo quería saber cómo es posible que, con todo el dinero que heredaba la abuela de cada uno de sus maridos "ricos" nosotros no hayamos visto ni un penique.


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