SALIENDO DE LA ZONA DE CONFORT: ENTRE UN ACTO DE FE Y LA PRIMERA CUCHARADA.
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Calculé el jabón dispensado desde mi botella de agua, reciclada para la dosis exacta. Recordé que yo también tarareé aquello de "... hazme un muñeco de nieve". Lo confieso ante ella. Ante la silueta embotellada de Elsa, la hermana mayor de Frozen. Sin pensarlo, volqué el contenido jabonoso en la cubeta.
Un empleado que paseaba por la zona, me preguntó si necesitaba ayuda. Le contesté con la misma amabilidad que no, pero que gracias. Ya había pasado por aquello varias veces. Sin embargo ésta sería la primera que aprovechaba los treinta minutos de lavado y fui a la caza de los víveres imprescindibles de la semana. Tampoco se vivía tan mal con lo justo, pensé.
Me dirigí al supermercado y realicé la tediosa tarea. En la caja, varias personas se saludaban con cordialidad. Se notaba que la compra diaria había forjado una relación sólida. Allí yo era la extraña. Era la primera vez que volvía a aquel supermercado desde hacía varios años.
Mi turno, pensé ojeando el teléfono móvil. Hacía cálculos sobre el paso del tiempo a escala planetaria. La colada a minutaje ponderado no esperaría.
Me dirigí al supermercado y realicé la tediosa tarea. En la caja, varias personas se saludaban con cordialidad. Se notaba que la compra diaria había forjado una relación sólida. Allí yo era la extraña. Era la primera vez que volvía a aquel supermercado desde hacía varios años.
Mi turno, pensé ojeando el teléfono móvil. Hacía cálculos sobre el paso del tiempo a escala planetaria. La colada a minutaje ponderado no esperaría.
Mientras, el sonido identificador de los productos repetía un patrón determinado. Al menos así me lo parecía. Y sonreí porque, en mi inicio de automatización de tareas, casi me llevé el paquete de goma de mascar que había cogido de los productos "gancho" del lineal de caja.
-¡Casi me los llevo!- exclamé con naturalidad a la dependienta.
Se rió porque se había percatado del despiste. Esas cosas se notaban. (Se notan que se hacen sin intención y también cuando no). Nos lo trasmitimos con la mirada. No hacía falta más explicación. Y un señor mayor con bastón que me seguía en la cola dijo:
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-Anda que...si robas un paquete de chiclés igual te meten en la cárcel y luego... a esos políticos corruptos, que nos están robando hasta el futuro, nadie les dice nada, parece que gozan de impunidad- explica con resignación de quien ha visto demasiado y necesita vomitarlo. (Aunque no venga a cuento).
-No se crea, los meterán a todos en la cárcel- contesté con contundencia.
-No sé yo...no lo tengo yo muy claro- alargó la frase, con resignación.
-Lo verá usted y yo también. Lo verán todos- concluí.
Y me mira con la extrañeza de un incrédulo que está observando a otra persona en un particular acto de fe.
Sin saber muy bien porqué reflexioné saliendo del supermercado y me pregunté a mí misma cómo había podido decir eso. Era una confirmación en toda regla. Mi convencimiento era un acto de fe. Un acto de fe. Real. Pero aquella fidelidad actuante parecía no pertenecerme.
Volví a la lavandería arrastrando el carrito con la pesada carga de conciencia por las expectativas que ofrecí a aquel hombre. Y tomé mi lugar en la alineación de los asientos unidos por bridas, convencida de que eran la unión de la espera.
Todavía quedaban nueve minutos para que acabase el programa de lavado.
Todavía quedaban nueve minutos para que acabase el programa de lavado.
Algo me hizo girar la mirada hacia la izquierda. A través de la puerta, enfrente justo, un bajo comercial abierto de par en par. Desde allí podía ver cómo un grupo nutrido de archivadores se acumulaban unos encima de otros. Como único apoyo, las paredes de aquel cubículo.
Varios varones sentados en cajas abrían archivadores, seleccionaban materiales y papeles. Observé también grandes bolsas negras de basura esparcidas a su alrededor y cajas abiertas separadas.
Varios varones sentados en cajas abrían archivadores, seleccionaban materiales y papeles. Observé también grandes bolsas negras de basura esparcidas a su alrededor y cajas abiertas separadas.
Una furgoneta esperaba fuera con el nombre de la empresa Ischeberk ibérica. Me dio por pensar en destrucción de pruebas. ¿Por qué? Supongo que sobres-timulación por tantas y tantas noticias de casos de corrupción, que al final una ve fantasmas ¿o no?
Saqué de mi bolsillo el teléfono móvil. El mayor arma de destrucción masiva en estos espacios atemporales. Busqué en internet la empresa y comprobé que su razón mercantil tenía relación con construcción y aguas. En ese instante preciso apareció en mi mente, no me preguntéis... la empresa de aguas de las cuencas del mediterráneo. ¿Tendrán alguna relación?, me insistí a un ritmo frenético. A la carga de nuevo, en internet. Unificando el criterio de búsqueda... Ambas empresas juntas.
Voilà!
Ahí estaba...relaciones empresariales, concursos públicos... y otros menesteres. Mi mente voló. Alto, muy alto. Me dio por pensar en destrucción de pruebas del caso de Acuamed. Me dio por pensar...todo está relacionado...¡qué buen relato...!
Saqué de mi bolsillo el teléfono móvil. El mayor arma de destrucción masiva en estos espacios atemporales. Busqué en internet la empresa y comprobé que su razón mercantil tenía relación con construcción y aguas. En ese instante preciso apareció en mi mente, no me preguntéis... la empresa de aguas de las cuencas del mediterráneo. ¿Tendrán alguna relación?, me insistí a un ritmo frenético. A la carga de nuevo, en internet. Unificando el criterio de búsqueda... Ambas empresas juntas.
Voilà!
Ahí estaba...relaciones empresariales, concursos públicos... y otros menesteres. Mi mente voló. Alto, muy alto. Me dio por pensar en destrucción de pruebas del caso de Acuamed. Me dio por pensar...todo está relacionado...¡qué buen relato...!
Fuente imagen: trucosymanualidades.com |
Al finalizar la lavadora y secadora que regenera mi edredón nórdico observé de nuevo. Esta vez, las bolsas de basura negras y las cajas abiertas con miles de papeles eran trasladadas a otra furgona. Y otra vez...¡A pensar...! ¿Por qué hacían eso?
Justo en la puerta tenían un hermoso contenedor de basura para el papel. (No, no es cierto...pero sí un contenedor de basura. Para el relato sería de papel. Seguro, seguí pensando). Y volví de nuevo a la carga...¿estaría asistiendo en directo a la destrucción de pruebas en un fraude a la hacienda pública? ¡No podía ser! ¡A plena luz del día! Y me consolé. No era posible. No, no...aquello era... el cierre del año fiscal. Enero...Fijo.
-Pero ¡qué buen relato!- exclamé a solas. Y mis ojos se abrieron como las cuencas del mediterráneo, pero sin salir de ellos ni una gota de agua. Seguí a lo mío.... ¡Aquello daba para un relato!
En el mientras tanto, me percaté de que automaticé las tareas de secado. No sé cómo lo hice. La cuestión es que la secadora había finalizado.
Volvía casa ejerciendo presión sobre mí misma. Debía recordar los detalles porque lo que acababa de pasar era, definitivamente... un "relatazo"...
Caminaba sin prestar atención a los viandantes, ni al tráfico, ni al edredón. Descansé...pero no me quitaba de la cabeza el relato que escribiría al respecto de lo ocurrido...
Preparé la comida. Lentejas. Huelga decir que automaticé las lentejas, también.
Conecté la TV. Y me senté a la mesa. ¡Hora de comer!
La señal débil de la corporación A3- la sexta y otros canales adheridos me hizo soltar algunos improperios, ¡mierda...no había remedio...! si quería noticias moriríamos en el botón de la primera de TVE. No me quedaba otra.
La señal débil de la corporación A3- la sexta y otros canales adheridos me hizo soltar algunos improperios, ¡mierda...no había remedio...! si quería noticias moriríamos en el botón de la primera de TVE. No me quedaba otra.
En la primera, pero de mis cucharadas... escuché titulares:
Y me doy cuenta de todo. Quiero seguir comiendo...quiero más lentejas.
Fuente imagen: dimeic.com |
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