LA SESIÓN DE HIPNOSIS DE LAS CINCO EN PUNTO DE LA TARDE, TUS CORDONES Y LA INVOLUNTARIA SENSACIÓN DE AUTOMATISMO PROGRAMADO.


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Autor@: Clara León
El psicólogo era uno de los más reputados profesionales en la materia. La seguridad social(de aquí en adelante S.S)le había ofrecido amablemente la oportunidad de someterse a sus prácticas evolutivas a fin de conocer la raíz del problema. A él, le pareció una idea magnífica de no ser porque su economía y otras causas como la privatización de la sanidad mental, impedirían un seguimiento y  la normalidad de las visitas a largo plazo. Sin embargo era optimista y aceptó la primera y quizás una segunda.
El edificio rezumaba el lujo de un edificio modernista de esos que andan salpicados por las principales avenidas de la capital. Su fachada, respetada y pulcra, lucía un blanco roto entre las filigranas de los sostenedores de esos balcones de forja tan característicos. La visión le lanzó el espíritu y supuso que con el sentimiento levantado, el camino en línea recta era el correcto.
Tranquilidad, precaución,  permanecer alerta pero sin que se me note demasiado..., pensaba mientras se acercaba al portal.
Su ánimo cayó por el precipicio de sus prejuicios al ver la placa plateada:

Doctor Perales.
Lic. Medicina. Psiquiatra
Lic. Psicología.
Especialidad: Hipnosis
Pta. 2


Con todo, pulsó el timbre y el portón se abrió de forma automática . Para ser exactos, automáticamente no, sino en el tiempo que tardaron sus párpados en pestañear dos veces.
No le costó decidirse por subir por las escaleras. El ascensor, de principios de los años cuarenta, carrasqueaba de la misma forma que lo hacen las conchas de los mejillones al ser desechadas, por lo que, no le costó nada, descartar la idea de tomarlo. Prefirió escalonear.

-Buenas tardes- esgrimió tímido ante la recepcionista al entrar.
-Buenas tardes, pase. Le está esperando el Doctor Perales, consulta 2, segunda puerta a la izquierda- contestó la señorita sin prestarle demasiada atención mientras señalaba. 
Cayó en la cuenta de que aquella mujer se asemejaba más a una azafata de vuelo que a una recepcionista, sobre todo por el pañuelo anudado al cuello y su vestimenta azul. La forma de señalización con ambas manos, también ayudaba a imaginársela como tal. O quizás sumaba su terror a los vuelos transatlánticos obligándole a la autosugestión desde la entrada.
Siguió el camino indicado y allí se encontraba el Doctor Perales. En la puerta de la consulta. Esperándole con una amplia sonrisa y la mano extendida.



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