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Fuente: tendencias.tv |
Al ser informada del objetivo, le extrañó mucho que el seguimiento se estuviera llevando a cabo desde el mismo edificio en el que residía discretamente desde hacía dos años.
Entró en la habitación. Allí se encontraba el primer equipo informático: un servidor Linux poco habitual. Desde donde estaba, no se distinguía qué distribución se encargaba de la matriz del resto de ordenadores. Debería haberse fijado en el tipo que tecleaba con auriculares, pero no lo hizo. Las personas no le llamaban la atención en absoluto, salvo aquellas que formaban parte de su círculo cercano. Su psicopatía social, a partir del tercer nivel, fue la característica más valorada por quienes la reclutaron. Eso lo comenzaba a asimilar ahora, tras tantos años trabajando como agente encubierto. Su entrenamiento duró más tiempo del deseado para un infiltrado, pero es que sus capacidades eran únicas, al menos de momento. El caso es que su tutora —y con razón— se jugaba mucho apostando por su ingreso en la división internacional. Lógico que necesitara preparar muy bien su perfil.
—Gloria, ¿no?
—Sí —respondió, teniendo que interrumpir su escaneo visual para centrar la atención, ahora sí, en el compañero que le habían asignado para la "situación"—. S46 —prosiguió, con el fin de aclarar los puntos desde el inicio.
De no haberlo hecho, el agente z34456 —el identificador con el que contestó el informático, absorto en su pantalla— podría haber malinterpretado su posición. Las palabras debían medirse con sumo cuidado al intercambiar saludos en ese cuerpo de seguridad en particular.
—¿Qué tenemos? —preguntó, para tantearlo.
Ella conocía a la perfección la ficha del sujeto a eliminar. También sabía que residía en el primer piso, que mantenía una relación sentimental con una mujer desde hacía seis meses, y que trabajar como taxista era la profesión perfecta para mantener un perfil discreto. No obstante, como buena agente especial, quería escuchar qué tenía que decirle su compañero. Alerta. Siempre hay que permanecer alerta.
Los puntos débiles del sujeto —y desconocidos para el agente z34456 por su bajo rango, algo que la tranquilizó— eran que dormía con la ventana abierta todo el año en una habitación que daba a una galería pequeña, que padecía asma, y que el cerco estrecho de vigilancia sobre su vecina del cuarto piso se debía únicamente a su torpeza. La de la vecina, claro.
Y esta última información —y solo esta— era lo que debía compartirle, a dosis muy pequeñas, al recién bautizado agente Zeta. Como rito iniciático, le pareció un menosprecio bastante suave
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