LA VERSIÓN DE ALI(CIA)(BABA), LOS LADRONES DE COBERTIZOS Y LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE LAS AGUJAS.

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Alicia escuchó los gritos desde el otro lado del túnel (y esta vez no dormía). Como ya estaba más que acostumbrada a subir y bajar por él, decidió volver. En el país de los diamantes nunca ocurría nada malo. ¿Por qué entonces aquellos gritos? La curiosidad recorría su cuerpo como una descarga eléctrica. ¿Cómo resistirse a iluminarlo todo con las respuestas? No le hizo falta perder el tiempo con brebajes para aumentar o disminuir de tamaño (pese a que se los seguían colocando encima de la mesa para hacerle perder el tiempo). A lo largo de los dos últimos años, Alicia había entrenado y perfeccionado su percepción de la realidad. Eso aventajaba mucho sus viajes. Era ella la que movía la entrada al pozo y a los pasadizos a su antojo. Hacía mucho tiempo que había descubierto que podía retorcer, moldear o convertir todas las estancias intermedias en cualquier cosa, lo que le permitía llegar en poco segundos.
Esta vez eligió la forma de tobogán tubular por su eficacia. El único inconveniente era que la ubicación de entrada al país de los diamantes no se conocía hasta que llegabas.
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Aterrizó en un lugar inhóspito. Parecía una colina. Se levantó y se sacudió la suciedad por la caída. Fue entonces cuando tomó conciencia de su vestimenta. Un mono vaquero, unas botas de agua anaranjadas y unas trenzas impecablemente rematadas con dos lazos morados.
—Bueno, parece que hoy seré una granjera o algo parecido— dijo en voz alta y de inmediato se puso a caminar con la única intención de seguir algún sendero que le hiciese llegar hasta el valle que se vislumbraba en el horizonte.
A medida que avanzaba en su paseo, el sol típico del país de los diamantes le azotaba en la cara y pensó que, al menos, cogería algo de color. En su lugar de origen el invierno no daba tregua y llovía, nevaba y arreciaba el viento durante toda la estación (cosa por la que se podía comprender el color de los vampiros en su piel). 
Llegó a un cruce en el que  el camino natural se convertía en asfalto y un cartel rezaba: a la izquierda, "Granja de los Soros" y a la derecha "Granja Politeka". No le costó mucho decidirse. Los gritos parecían provenir de su izquierda. Además, hacia ese lado seguía luciendo el sol. A su derecha los nubarrones lo cubrían todo.
Cuando hubo andado aproximadamente dos kilómetros observó un cobertizo y mucha gente a su alrededor. Algunos lloraban desconsolados.
Estacionado a dos metros de la entrada de la propiedad, observó lo que parecía un carruaje de policía cuyas luces en el techo de la capota  eran adornos navideños en forma de bola  de color azul, blanco y rojo.  Le pareció divertido y se acercó a husmear. Nunca se sabe si se puede aportar algo, pensó.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes —contestó el que parecía ser el responsable de la autoridad —. ¿Es usted la hija del granjero?
—Sí —respondió —. ¿Por qué he dicho que sí, si acabo de llegar?, se preguntó a sí misma un poco sobrepasada por los acontecimientos —. ¿En qué estás pensando, Alicia?
Mientras se recriminaba lo que acababa de decir, el policía comenzó el relato:
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—Verá señorita. Hemos recibido una alerta en la central. Por lo visto, en todos los cobertizos se han depositado, con alevosía y mala fe, entiéndase... agujas. 
—¿Perdón? —preguntó asombrada —. ¿Ha dicho agujas?
—Sí. Ha llegado hasta la Reina de Diamantes y ha montado en cólera poniendo a todo el cuerpo de seguridad del país a buscar agujas.
—¿Agujas?
—Sí. Eso he dicho. Agujas.
—¿En los pajares?
—¿Pajares?¿Qué significa pajares? —preguntó el policía con extrañeza.
—Cobertizos...Perdón, cobertizos—corrigió —. Sin duda, aquel agente de la ley desconocía la definición de pajar pero le dejó proseguir. No se interrumpe a un agente del orden cuando se encuentra relatando los hechos.
—Pues bien, hemos recibido la orden de vaciar cada uno de los cobertizos ante el peligro que supone el que los animales puedan ingerirlas.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó llevándose las manos a la boca —. Hay que poner esto en conocimiento del granjero.
—Querrá decir de su padre.
—Esto...claro, claro...de mi padre —rectificó —. Y, ¿están al corriente el resto de granjeros de la zona? 
—Todos están alertados de las agujas en sus cobertizos.

De reacción lenta, Alicia salió corriendo despavorida (creemos que, al pensar en las consecuencias) en dirección opuesta al lugar donde, se suponía, vivían sus padres ficticios. Pero nadie se lo tuvo en cuenta. El miedo hace aflorar en nosotros reacciones impredecibles.
Alcanzando la linde de la propiedad, cegada por su reacción desmedida, se chocó de frente con alguien. Alguien que se parecía sospechosamente a ella. Cuando recuperó el aliento de verse reflejada en otra persona y, se aseguró de que no era un espejo, percibió una comunicación no verbal entre ambas en la que reconocían mutuamente el asombro y lo disimulaban a la vez ante los presentes para que no se notase que, en realidad, no se conocían de nada.
Algo les avisaba: aquello debía proceder de esa forma.
Ya más calmada y a la orden gesticular del movimiento de barbilla de su supuesta "hermana gemela" giró sobre sus pasos a fin de volver al lugar de los acontecimientos.


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