CASUALIDAD, COINCIDENCIA Y GUERRA: UNA APROXIMACIÓN A LA AUTONOMÍA DEL PIA-R. V

Este relato forma parte de la serie.CCG
Fuente imagen:
pinterest
—Sutil forma de abordar a una mujer, ¿no le parece?
—No quería incomodarte.
¿Por qué insistía en tutearme pese a expresarme en un tono formal?
—Solo digo que se aprecia el cansancio en tu cara.
<<¡Ah! Un momento...me fallaba el oído. Demasiado ruido. Ya decía yo que no podía ser...>> reflexioné un instante.
—Sí. Lo estoy —contesté.
Y lo hice con la justa amabilidad como para dar a entender que no me apetecía nada iniciar una conversación y mucho menos con un desconocido que, además parecía diez años más joven que yo.
—Disculpa que te moleste, pero he acudido esta mañana a tu ponencia y sigo a tu grupo desde hace tiempo en internet, los foros y las redes sociales, ya sabes...
—No puedo creerme que los investigadores universitarios tengan followers —contesté con antipatía.
—Creo que deberíamos hablar.

Desconocía el motivo por el que mi intuición, ahora sé que de forma errónea, me gritaba que aquello era un estudio de caso. Debía sacar fuerzas de donde fuera, ser amable e intentar registrarlo. No podía dejar escapar la oportunidad. Lo derivaría amablemente a Mariana o Ramón con el cuestionario tipo para que contestase y le haría comprender, con mi educación de escuela privada, que no se puede abordar a la gente así.

—Disculpe, estoy con unos colegas en aquella mesa. Me están esperando.

Hice amago de levantarme y ni siquiera me dio tiempo a proseguir con mis intenciones. Su expresión facial cambió radicalmente, sus ojos se perdían en el infinito aunque inexplicablemente la dirección correcta seguía apuntando hacia los míos.
—Veo que no estás acostumbrada a que te aborden desconocidos —dijo haciendo un inciso— pero creo que sería interesante que te pusieses en alerta —continuó levantando levemente la comisura del labio superior en cada pausa—. ¿Preferirías hablar con alguien conocido?
—¿Perdone?¿De qué...?¿Cómo se atreve?
Casi de forma sincronizada, a su lado apareció Esterton.

—Hola, ¿qué tal?¿Quieres que te ayude con esto?

La transmisión de la información que surgía de boca de Esterton no parecía provenir de él. ¿Como no me di cuenta antes? Me hablaba como si una segunda interpretación en sus palabras fuera posible. ¿Era posible? Sí. (De hecho, era lo que, de facto, estaba ocurriendo). Parecía calmado y se apoyó en la barra. Preferí permanecer callada.  Comenzaba a entenderlo todo. Volvía a caer en la madriguera. No era la primera vez que me pasaba aquello, salvo que hacía mucho tiempo y me pillaba desprovista de toda herramienta para afrontarlo.
Fuente imagen:
mundobutoh.blogspot.com.es
El camarero aparecía en la escena con mi cóctel. Lo depositaba encima de un posavasos e inmediatamente agarraba la balleta para comenzar a pulir la zona de la barra en la que me encontraba. Imagino que limpiaba por costumbre, pero allí no tenía que hacerlo. Impoluta. La zona permanecía impoluta. Limpiaba sobre limpio mientras, tres cuerpos más allá, dos clientes se entretenían en tomar tequila con sal y limón y el perímetro llevaba un cartel imaginario que rezaba "zona catastrófica". Sin embargo, aquí estaba el barman, puliendo cera...delante de mi reducido espacio de cliente.

—Veo que tampoco te sientes cómoda con un colega. ¿Es porque es hombre?¿Preferirías hablar con una mujer?

Como si de un vals se tratase, Esterton desaparecía por la espalda de aquel desconocido  sin decir nada y, en aquel teatro sin telón, aparecía Mariana.

—¿Ya te has decidido? —preguntó dando un pequeño brinco al llegar—. Creo que deberíamos hablar.
—¿Hablar de qué? —respondí un poco tensa.
—¡De qué va a ser! —exclamó cambiando el tono—. Su expresión facial volvía a un estadio de normalidad que no tuvo cuando me hablaba hace un momento sobre aquello de "deberíamos hablar".
—¡No, no lo sé, Mariana!¿De qué deberíamos hablar?

Sonrió a mi interlocutor con candidez y cambió de bando. Ahora se desplazaba por detrás de él y se me acercaba al oído para susurrarme algo.
—Deberías aceptar la propuesta. Sea cual sea. Nada te lo impide. Suéltate un poco la melena.
—¿Qué? —pregunté confusa.
—Si no quieres nada más de mí, finalizaré mi cerveza, pese a las preguntas que me esperan... Haré un sacrificio, y lo haré por ti —concluyó con tono sobreactuado para volver riéndose a la mesa de nuestros compañeros.

Esperó el tiempo prudencial para que se alejase Mariana y...

—¿Vamos?
—¿Vamos?...esto...¡No...!—exclamé desubicada—. Un momento —respiré pausado y profundo—. No debía decirle que no, pero, la última vez que contactó, no fue nada amable. Me trató como un despojo. Esta vez no estaba dispuesta a pasar por ahí. Había aprendido. De hecho, gracias al aprendizaje de estos tres últimos años, había comprendido que éramos iguales y que si él (esta vez era masculino) volvía a buscarme debíamos cumplir unas normas de respeto mutuo que no se tuvieron en cuenta entonces.
Comencé a sentirme furiosa. Mis ganas de hacer que la tierra temblase se colocaban en el primer lugar del las opciones de debate.

—¿A dónde quieres ir? Yo no me muevo de aquí. Mi mente, mis normas. ¿Eso lo tienes claro?
—Sí. Lo entiendo —respondió con un tono apaciguado en la voz—. Haremos lo que tú quieras, cómo tú quieras. No entra dentro de los cánones de mi comportamiento pero, creo que es lo justo, dadas las circunstancias.



Comparte:

0 comentarios