I. KNOCK, KNOCK: NATURALEZA DE ENTRADA EXENTA DE PREJUICIOS.

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Knock, knock.
Knock, knock.
Knock, knock.



Fuente imagen: Sofía Bonati
Me acerqué tras escucha un sonido leve de nudillos golpeándola. Vamos, ¡nadie llama así a la puerta ya! La costumbre es enviarte una notificación al eje central de encapsulamiento y tu oído biónico la tramita a tu conciencia. Es instantáneo y ahorra movimientos innecesarios para el huésped pero también para el anfitrión. ¡Por favor, lo sabe todo el mundo!, pensé.  Bien, no es importante para lo que me ocupa, os ahorraré los detalles. El caso es que aquella forma de actuar obsoleta me pareció intrigante, por lo que decidí trasladarme sin hacer ruido hasta la entrada y escanear la puerta con rayos X directamente. La domótica en la vivienda fue uno de los primero modelos implantados en todo el edificio en la década de 2060. Se encontraba pendiente de reforma porque la tecnología se consideraba desfasada y como el envío de imágenes holográficas a mi retina para el control de entrada acababan de implantármelo me recomendaron tratar de no forzar sus funciones hasta pasados unos meses. No podía hacer mucho más.
Parecía un hombre y su cara le resultaba familiar. Desde esa perspectiva era incapaz de identificarlo y preferí volver al salón para comunicarme con él. Tomé asiento en el flamante y nuevo sofá flowchair y mi cerebro se encargó del resto.
—¿Quién es? —transmití—. En la puerta se volvía a escuchar el toc, toc.
—¿Qué quieres? —insistí con los ojos cerrados—. La infalibilidad de la transmisión era incuestionable. Me iba el prestigio en ello. Era profesional de la ciberseguridad desde que tenía 12 años. El visitante debía saber que contactaban con él. ¿Por qué no respondía? Si, como se suponía, se cumplía la LGDP, nadie podía tener acceso a tu cerebro sin tu consentimiento. La transmisión debía realizarse sin problema alguno por el único canal abierto para ello; sí o sí.
Pero, ni contestaba a mi interpelación ni el sonido de llamada manual cesaba en la entrada. Me levanté preocupada, me dirigí hacia el sensor del escudo láser de seguridad, y acercando mi huella dactilar di la orden de apertura. El recelo con el que actuaba no era para menos, alguien que no contestara a la Intracomunicación Cerebral(IC) se encontraba fuera del sistema y si se encontraba fuera del sistema, no podía ser ubicado ni controlado (y eso para empezar...). Con mi estatus gubernamental debía tomar todas las precauciones posibles.
Mis brazos cruzados y la posición de apoyo corporal sobre una pierna mientras con la otra golpeaba el suelo con la punta del pie mostraban, con claridad inusual, una expresión desafiante y disgustada a la vez, que me sorprendía hasta a mí misma. 


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