SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO: EL CIRCO BARRIDO CON CAPA AUTOPROPULSADA. I

Caía la tarde. Más bien se entumecía. La nubes se replegaban como si la endogamia troposférica fuera algo de lo más natural en su proceso de nacimiento, muerte y resurrección. Yo me acercaba a la explanada en la que la mayoría de componentes circenses acampaban a sus anchas. Sin embargo, aquel roble en medio justo de la escena, como si de las velas de un pastel se tratase, no dejaba visualizar todo el ajetreo del anclaje, montaje y acomodación de sus casas itinerantes. La carpa principal llegó más tarde y por el aire. Sí, sí. Por el aire.
Mientras oscurecía, mis pasos se acercaban, como ya he dicho, a la explanada. Al ver aquella sombra sobrevolando por encima de mi cabeza, el instinto surgió y consiguió mi resguardo justo al abrigo de aquel árbol que, momentos antes, me pareció un estorbo. Los cambios y sus utilidades...fugaces...
La carpa circense, con todas sus piezas en perfecto montaje descendió de los cielos cual helicóptero militar pero con un sigilo inusual para el estruendo que de normal provocan los vehículos aéreos, la verdad.
Fuente imagen: propia


Mi asombro se transformó en perplejidad no más hubo tocado tierra. Se escuchó un leve silbido que consiguió disiparse tras los golpes de martillos que asestaban los miembros humanos y animales del circo a fin de terminar el lugar de descanso nocturno antes de que la noche y la lluvia colonizasen el terreno.
Desde mi árbol, permanecía en estricto y riguroso modo de observación. Como esperaba a mis hermanos Nicolai y Frant no me sorprendió en absoluto que alguien me abordase por detrás preguntándome qué estaba haciendo ahí escondida.
—¡No te lo vas a creer!
—¿El qué? —preguntó Nikolai mientras recibía su abrazo.
—¿Qué pasa? —añadió Frant —. ¿Por qué te escondes?
—No estoy escondiéndome. Es que acabo de ver bajar la carpa circense del cielo montada tal y como la estáis viendo.
Nikolai rio a carcajadas. Era más que evidente que aquello que contaba parecía una broma. Sin embargo a Frant no parecía haberle sorprendido demasiado.
—¡Ah, sí...! –exclamó observando al cielo como si estuviese atrayendo a su memoria algo –. Creo que algo leí en internet sobre eso. Están realizando pruebas para poder elevar grandes cantidades de peso en el transporte de casas prefabricadas.
—¿Qué dices? —preguntamos al unísono Nikolai y yo —. ¿Cómo van a transportar una casa o una carpa o lo que sea por el cielo así sin más?
—Pues, parece que decían que existía la opción de autopropulsarlas. No me hagáis caso porque lo leí de pasada y no recuerdo bien dónde...¿dónde fue? —se autocuestionó buscando en su memoria para ofrecernos la fuente.
—Bueno, da igual. No es importante. Vamos a lo que tenemos que ir. ¿Qué hacemos aquí, Anastasia? —preguntó Nikolai cambiando de tema.
—Pues es que, quería daros una sorpresa. ¡Me han regalado una casa prefabricada de segunda mano! —exclamé enjarrando mis brazos a la par que inclinaba la barbilla a modo de satisfacción.
—¿Qué? — dijo interrogándome Nikolai. Ahora el que reía era mi pequeño hermano Frant. Pequeño porque era el menor de los tres pero era el armario empotrado que todo el mundo desea como comodín en una mudanza. Con lo que él ya había deducido su función. Observar, obedecer y cargar.
—Bueno, pues... —titubeaba rascándome la cabeza —. El caso es que la vi en internet, la regalaban...¡Nikolai...! —exclamé justificando la bondad por gratuidad —contacté y me citaron aquí para llevárnosla.
Hacía unos segundos el plan de tener una casita prefabricada para el campo familiar me parecía una buena idea. Después de ver las caras de mis hermanos, igual no lo era.
—Si es autopropulsada nos la llevamos, ¡no se hable más!—soltó riéndose. Frant le siguió la gracia. Lo cierto es que la tenía. La gracia, no la autopropulsión, digo.
—Bueno, nos han invitado a verla. La condición que me puso el hombre es que debíamos limpiarla y deshacernos de los muebles antes de desmontarla.
—Y eso, ¿por qué? —preguntó Nikolai intrigado —¿qué más le dará al dueño que la limpiemos o no antes?
–Pues...se me ocurre que pueda querer algo de lo que haya dentro. Así controlan el proceso y pueden decidir si se recogen algo de lo que vean cuando limpiemos.
—Puede ser...—reflexionó resignándose —¡Vamos a verla entonces!










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