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—¿Por qué te persiguen?
—Porque soy capaz de descifrar su código de comunicación.
—¿Código de comunicación?¿De qué hablas?¿De informática? Estudiaste psicología, por favor, Ger, y mientras yo estudié informática no recuerdo haber profundizado contigo en el tema de la criptografía. ¿Te interesa eso?¿Cuándo has estudiado tú criptografía?
—¿Quién está hablando de criptografía? Toda esa jungla está muy por debajo del nivel que alcanzan estos tipos.
Gertrudis se rió. Y además, con un tono exento de preocupación. Si a mí me hubiese pasado lo que ella contaba seguramente habría cundido el pánico y el fin de mis días. Mi existencia sucumbiría a la literatura fantástica, en el sótano de casa de mis abuelos, con sombrero de aluminio incluido para evitar la injerencia extraterrestre. ¿No era así? Lo leí en un libro y me pareció lo más acertado para el caso que se me presentaba.
Opté por mantener la calma. Normalmente reaccionar de forma negativa distanciaba al profesional del paciente, pero, interesarse por lo que relataba suponía la extracción de información interpretable. Ella misma me lo explicó años atrás en una de nuestras cenas de viernes. Así que, opté por esto último.
—¿Tipos?¿Dices que tienes idea de quién puede ser?
—Una ligera idea.
Parece que la psicología, servía para algo. Todavía no entendía muy bien para qué, pero comenzábamos la ruta.
—Y, suponiendo que sea así, ¿cómo lo haces?
—¿Cómo hago qué?¿Interceptar su código de comunicación? —elaboró una pausa dramática con suspiro incluido y prosiguió condescendiente con su explicación. —Mi querida amiga, es largo de contar e inverosímil y, de hacerlo, es posible que tuvieses algún incidente sin importancia que alteraría sustancialmente tu visión de la vida con lo que tendrían que obligarte a matar, matarte o realizar compras compulsivas entre otros quehaceres. O quizás, enseñarte...
—¿En serio? No puede ser que te estés creyendo lo que está saliendo por tu boca.
¡A ver...!, me perdonen pero, es que no era posible. Siendo psicólogo comprendo que se pueda controlar el estado de ánimo para permanecer imperturbable ante tamañas sandeces, fruto de algún pico de psicosis, sin duda sobrevenida por estrés (eso también me lo contó en otra de nuestras cenas) pero es que esa no era mi profesión. Intenté mantener la calma y volví al punto de inicio. Lo sé porque las mano dejaron de temblar antes de comenzar de nuevo.
—Esto... y, ¿cómo lo hacen?¿Qué ocurre exactamente cuando ocurre? Pon un ejemplo...para que pueda comprender...
—Pues... por ejemplo...hum... déjame que piense...—expresó ladeando la cabeza hacia la derecha y dirigiendo los ojos al infinito indescifrable— por ejemplo... hacer que los plomos de la luz salten.
—¿Qué?¡Qué dices! Y, ¿solo por interceptar sus comunicaciones te saltan los plomos de la luz? Gertru...¿eso no será más bien una subida de tensión?
—Sí, es posible. Pero...¿subida de tensión solo a partir de que el horno alcance los 100 grados centígrados cuando nunca antes lo había hecho? —abrió los ojos y rió. —Y me llegan los mensajes a través de las plataformas, que lo sepas.
—¿Plataformas?¿Mensajes?¿Qué mensajes? ¡Me estoy mareando! ¿¡De qué puñetas estás hablando!? ¿No eres consciente de que tu situación es algo así como eso que llaman... hiperrealista? —expresé extendiendo los brazos.
—¡Ah, querida amiga! La hiperrealidad es la puerta de entrada pero no es el camino, ni mucho menos la ubicación final de esta historia.
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