BILLETES PARA EL YIN O EL YANG I







-¿Cariño?
-Hola. ¿Qué pasa? ¿ocurre algo?
-No...
-Pero es muy tarde allí ¿verdad?
-Sí. Son las tres.

La voz le temblaba. No podía dejar de castañear los dientes, lo cual era normal para su momento vital, pero fuera de lo común para la época estival en la que se encontraba. Era verano.
Pese a ser de madrugada, el reloj del comedor(regalo de bodas de sus tías paternas, que ya ves tú, podían haberse estirado más pero no dirás...)tenía, entre otras características que no vienen al caso,  el mostrar la hora y la temperatura en grados centígrados. Marcaba nada menos que 27º. Un lechado de virtudes para ser un reloj de pared. Bueno, a lo que vamos.

–¿De la mañana?–preguntó e inmediatamente se puso a hacer cálculos mentales-. Vaya, es verdad y, ¿entonces?¿qué sucede?¡Me estás asustando!

Desde el otro lado del auricular se escuchaba ese chasquido intermitente y molesto que ocurre cuando nuestros dientes se golpean sin poder hacer nada al respecto.

–Pero-o-o estás-s-s-s en-n-n-n casa-a-a-a.

Fue entonces cuando se percató.

–Sí. Todavía no he salido. ¿Qué te pasa?¿Estás temblando de frío?–interrogaba con actitud autómata–. Será mejor que quites el aire acondicionado. Mira que te tengo dicho que no es bueno para la salud...–sentenciaba dando por hecho que la causa de su tembleque se debía a ello–. Tengo una última reunión esta noche, para la cena. ¿Me vas a decir qué te pasa?
–Nada-a-a-a. Nada malo-o-o-o. Vaya. Escucha. ¿Ess-táaas sentado?–le preguntó intentando controlarse.
–¿Sí?¿Por?
–Porque tengo que decirte algo–su voz sonaba ahora más cauta y profunda.
–Vaya...y, ¿tengo que estar sentado para escucharlo? Si es que te quieres divorciar, podías esperarte a que llegue. Desde aquí solo puedo redactar la demanda, pero nada más–expresaba con gesto divertido.
–No, no-o. ¿Esta línea es segura?
–¿Segura? ¿Para qué puñetas necesitamos línea segura? Cristina, ¿has bebido? ¡dime ahora mismo qué está pasando!–gritó desconcertado.
No se esperó a que su mujer le contestase. Con gran acierto, se dirigió hacia el portátil, lo conectó y la llamó por videoconferencia. Desde el otro lado del Atlántico en el piso de arriba, recibía la llamada.

–¡Ay! ¡El portátil! ¿Me estás llamando?
–Cuelga el teléfono y sube al ordenador.¡Ahora!–concluyó sin dar opción.

Cristina salió corriendo hacia el pasillo atolondrada. Se golpeó el dedo meñique con el aparador del pasillo por su manía de ir descalza pero eso no la paró. Se mordió la lengua y lanzó dos improperios de gran enjundia. Siguió su camino a la pata coja. Subió los peldaños de dos en dos. Al llegar a la habitación y sentarse frente al ordenador, su tembleque dental había desaparecido por arte de magia. Descolgó. Obvio.

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–¿Hola?
–¿Me ves?
–Te veo un poco pixelado, pero bien. ¿Y tú?
–Yo te veo perfectamente. Y me alegro. Estaba preocupado.Ya no te tiembla la voz.
–Esto...¡Vaya...cierto!–contestó tomando conciencia.

La carrera le calmó los ánimos o al menos la despistó de su manojo de nervios. Se sentía invadida por un terror calórico extraño.

–Mateo... veo que estás sentado. Vas a necesitar estarlo. Tengo que decirte algo importante. ¿Seguro que podemos hablar por aquí?
–Cristina, ¡venga ya!¡No me seas teatrera! En E.E. U.U todo el mundo sabe que seguridad nacional controla las comunicaciones y no pasa nada...va, no seas así–gesticulaba con gesto de disgusto–. Tengo una reunión de negocios a la que no me apetece ir. Estos americanos que todo lo arreglan comiendo o cenando...¿por qué?¿Tú lo entiendes? Porque yo no. Debo concentrarme...y tú aquí teniéndome pendiente de ti...se puede saber ¿qué coño pasa?
–Nos ha tocado la lotería. ¡¡Hala ya lo he dicho!!–exclamó soltando el aire reprimido hasta ese momento.

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Mateo, al otro lado de skype se quedó inmóvil unos segundos. Parecía que se había colgado la llamada, pero no. Era él que estaba ojiplático y por momentos su piel se tornaba blanquecina. Hizo ese gesto. Sí. El gesto de soltar un poco la corbata antes de hablar.

–Me tomas el pelo. Pero, pero...va..¿desde cuándo juegas tú a la lotería?–una mueca de extrañeza asomaba ahora por la webcam–. No me tomes el pelo... ¿me tomas el pelo?
–No.
–¿Es en serio?¿En serio?Pe...pe..., pero... ¡No me jodas!-exclamó abriendo los brazos–. ¿Mucho? Tienes razón, tenía que estar sentado–rió a carcajadas antes de la retahíla de preguntas que vendrían después. ¿Cuánto?¿Nos dará para las vacaciones?
–Más
–¡No me digas!¿Más?¿Para un chalet en la playa?
–Más.
–¿Más?¡Joder Cristina!

La corbata se deslizó rápidamente por su cuello hasta que logró quitársela no sin antes hacerse un buen lío por los nervios que comenzaban a jugarle una mala pasada.

–El euromillones.
–¿El euromillones? ¡Hostias. Hostia, hostia!-vociferaba incrédulo–¿Cuál?¿El primer premio?
–Ajá...– expresó cauta viéndole de cintura hasta la rodilla. Su marido se había levantado del sofá y paseaba de derecha a izquierdas visiblemente alterado.
–Mateo, Mateo. Por favor, ¡estate quieto que me pones más nerviosa...Mat...!¿Mateo?¡Oh, estupendo! ¡En el mejor momento!Y ahora va y se corta. ¡No me lo puedo creer!

La conversación se interrumpía por la línea ADSL. Cristina se miró las manos. Su temblor volvía en menor intensidad y le acompañaba un maridaje excepcional: un ataque de ansiedad.






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