LA SOLEDAD DEL TENOR II
Vendió sin piedad (ni remordimientos) casi todas las propiedades. Todos los bonos del tesoro, los inmuebles y locales de León, los terrenos de Valladolid, las parcelas en El Salvador. Casi, casi todo. Y digo casi porque no fue absolutamente todo extirpado de la herencia familiar. La casona blanca, se resistía. No porque no le hubiesen salido compradores, sino porque a Pablo, le costaba deshacerse de ella.
Aquella casa era una de las residencias de verano que su tío más apreciaba. Tal vez porque pertenecía a la herencia familiar por parte de padre y ambos hermanos la disfrutaban plenamente. Recordaba que desde bien pequeño pasaba largas temporadas en ella.
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Conoció también allí a su primer amor (y a su segundo amor). Elisa y Marta. Estas dos muchachas del pueblo eran amigas y durante dos veranos seguidos, entrados ya en la pubertad, alternó con ambas sin que ninguna de ellas lo supiese.
Los recuerdos le acuchillaban a la velocidad de la luz cuando entraba en el camino hacia las más de cien hectáreas de terreno. Pero ¿qué más podían hacerle ya si estaba muerto? La muerte en vida es un largo proceso de aceptación y de duelo. En su caso, de duelo ante la soledad de un sí mismo en shock perpetuo.
La casona blanca, justo en el centro, se podía observar desde la lejanía. Un camino sin asfaltar en línea recta lo permitía.
Decía su madre que así el efecto de deseo por llegar se hacía más intenso. Ahora, tantos años después, comprobaba que, efectivamente, su madre, tenía razón.
Fuente imagen: trendhunter.com |
Finalmente llegó.
El portón de madera describía formas similares a aquellas que interpretó en el GPS del coche y le vinieron a la mente incluso los panales. ¿Seguirían allí o se habría deshecho de ellos su tío?
Abrió la puerta y el chirriar pareció eternizar la soledad del interior. Del de la casa y del suyo.
Todo estaba exactamente igual que la última vez que anduvo por allí. La gran escalera de mármol en el centro que accedía a la parte superior. Al lado izquierdo, el salón con las mismas cortinas que recordaba. Las cortinas de ganchillo de la bisabuela, ahora tan de moda. ¿Quién lo iba a decir?, pensó.
Y es que todo vuelve...Todo.
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En la parte derecha, la sala de estar con aquellos enormes sillones blancos con cojines cuadrados y tubulares también blancos..., la mesita cuadrada en la que todavía reposaban los libros sobre arte y economía escrupulosamente alineados.
Le extrañó que absolutamente todo, se mantuviese limpio. Rondaban ya los tres meses del fallecimiento de su tío. Lo normal no era que aquello estuviese en condiciones dignas.
En ese preciso momento escuchó varios golpes en el portón, solicitando permiso para pasar.
¿Quién será?, pensó inquieto mientras se acercaba al centro del recibidor para comprobarlo.
¿Quién será?, pensó inquieto mientras se acercaba al centro del recibidor para comprobarlo.
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