LOGARITMOS NEPERIANOS, NÚMEROS IRRACIONALES Y LOS TELONEROS DE SESOS EMPAREDADOS

Este es uno de los relatos que forman parte, por orden, de la serie La señora Abbot:
La señora Abbot, el doctor en casa...
Efectivamente un violinista...3
El panadero y su falso positivo...
Alcohol, no gracias...1
Alcohol, no gracias...2
Alcohol, no gracias...3
El amanecer willkommen...
La señora Abbot y el pan...1
La señora Abbot y el pan...2
La señora Abbot y el pan...3
La señora Abbot y el pan...4
La señora Abbot, el nombre del violinista...1
La señora Abbot, el nombre del violinista...2
La perspectiva hace la forma...
¿Por dónde iba...?
Ventajas y desventajas...1
Ventajas y desventajas...2
La perfecta alineación de unos zapatos...
El trastorno borderline...
La señora Abbot se va de vacaciones
El crucero cruzado, información inesperada...
El triatlón, la función musical para público especializado...
La señora Abbot, la pajarita que jugaba al póker y el momento...
Muchas pajaritas para tan poca isla...
Logaritmos neperianos...
La señora Abbot: Jana, si vuelves, limítate a los detalles, por favor I
La señora Abbot: Jana, si vuelves, limítate a los detalles, por favor II
La señora Abbot y el patrón inevitable de lo que vendrá.
La señora Abbot: tejiendo el inconsciente y sus patronistas.





Las diez en punto. Jana vestía de largo para la ocasión. Pelo recogido y zapatos descubiertos. La selección de pendientes le trajo más de un quebradero de cabeza. La etiqueta extraoficial exigía no llevar más que pendientes largos al ser su vestido de un solo tirante. Por eso, se decantó por unas tiras dobles minimalistas de platino con diamante rojo que le regaló su esposo en el segundo aniversario de su boda. Fueron las últimas joyas que le obsequiaba. Nunca fue una mujer a la que le agradasen los abalorios de primer, ni último nivel. No le gustaban las joyas. No sabía muy bien el motivo por el que se le ocurrió meterlos en el equipaje de mano que llevaba para los viajes. Valían una fortuna y su tendencia a perderlas debería haberla alertado de no hacerlo. 
Sin embargo, allí se encontraba. Frente al espejo. Retocándose el brillo de labios, dando un último vistazo al planchado milimétrico que encargó a la tintorería del barco y comprobando, una vez más, el cierre catalán de sus pendientes, en ambas orejas.

-Bien, ya estoy. ¿Hora?- se preguntaba en voz alta mirando su reloj de pulsera- las nueve y cuarto.

Fuente imagen: behance
A las ocho y media más o menos su marido salió por la puerta y todavía quedaban cuarenta y cinco minutos para que se diera caso el concierto.
Se mantuvo erguida mirándose en su propio reflejo. Debía ir a la sala, buscar un lugar en el que sentarse para tener buena vista de la actuación y además, que estuviese despejado para poder observar lo que allí ocurriese. Meridianamente claro había quedado que, de descanso relacional nada. Pues si debía observar para relacionar, no tenía nada más que caminar.
Cogió su bolso de mano con lo imprescindible y salió rápido del camerino en dirección al salón de eventos.
Vacío. Permanecía vacío. Se escuchaba el jolgorio del salón de cenas desde allí, pero en la sala de actuaciones no había nadie. El lugar, ovalado, permitía una acústica estupenda. Lo comprobó mientras se dirigía hacia los sillones de la derecha. Sus tacones se escuchaban sospechosamente como si se tratase de disparos. El suelo de mármol, tampoco es que ayudase mucho a disimularlo.
Se sentó en una de las primeras mesas. Le incitaron a hacerlo, dos grandes butacas de piel blanca. Allí decidió permanecer hasta que comenzase el concierto.
En ese momento se dio cuenta de que no había probado bocado desde la hora de la comida. Algo así no era deseable. Los impulsos autómatas del estómago siguen sus propias reglas.
Sin darse cuenta, pues estaba demasiado ocupada en sus pensamientos, apareció el matemático cual ninja de frac, por detrás.

-¡Buenas noches! Permíteme comentarte que estás preciosa.
-Hola...vaya...gracias.

Sin mediar palabra, soltó encima de aquella mesa un paquete de aluminio que se parecía, sospechosamente a un sándwich.
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-¿Es comida?- preguntó notando la saliva en sus carrillos-Qué grande Pavlov, pensó.
-Sí. Es una nueva especialidad. Se la acabo de solicitar a cocina antes de venir.
-¿Cómo...?
-¡Ah! Veo que poseo la capacidad de sorprenderte todavía. Pues verás...la hora de la televisión, sumado al número de talla del vestido de mi mujer que se lo colocaba insistiendo en que el número 56 y 57 de la cabina exterior eran los mejores camarotes, he visto el logaritmo neperiano que subyace a todo, y el resultado ha sido el número químico de la composición de los sesos de cerdo y...
-Disculpa...¿lo he entendido bien?- preguntaba incrédula-¿Me has traído sesos de cerdo en un emparedado porque tu conocimiento acerca de los logaritmos neperianos así lo ha concluido?
-Sí..esto...dicho así suena mal...la verdad...pero, espera que te explique...
-No pienso comer sesos de cerdo- concluyó con rostro impasible.
-¡No seas prejuiciosa! Eso te puede pasar factura en tu potencialidad relacional.
-¿Tú crees?
-Sí...porque precisamente ahí está la cuestión. Es irracional...

Se encendieron las luces y comenzaron a entrar personas al salón. El murmullo hizo que el matemático del pan desistiese de inmediato en la explicación mirando a Jana que, sin rechistar, cogió el sándwich con rapidez. Lo desenvolvió y lo engulló en tres mordiscos intentando disimularlo lo mejor posible.

-Increíble...¡está delicioso...!-exclamó asombrada de aquel cambio radical de sus papilas gustativas.

El presentador apareció por el escenario, daba comienzo el concierto. Como telonera: La suite nº 1 de Bach, para violoncello.

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