ALEJANDRA, EL CAFÉ Y OTRO LIBRO QUE DESCARTAR
Relatos de la serie Alejandra y los caracoles
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Alejandra, el café y otro libro que descartar.
Por una cuestión meramente improductiva Alejandra había decidido no acudir a clase. Allí, no avanzaba nada en absoluto. Decidió por ello que ese viernes por la tarde se quedaría en casa, sacaría sus apuntes sobre filosofía e inteligencia artificial, filosofía de la mente y filosofía del medievo y aprovecharía cada hora como si hubiese acudido al aula.
Aquello le pareció de lo más racional y conveniente. Tres horas de aula autoimpuesta le vendrían muy bien para avanzar un poco en cada materia.
Se despertó a las ocho y cuarto de la tarde gracias a la vibración de su teléfono móvil que se le había quedado pegado en la mejilla al dormirse. Serían las cinco y media, justo cuando su consciente decidió que ya tenía suficiente filosofía medieval.
-¿Sí?
-Alex, ¿qué plan tenemos?
-¿Plan?- preguntó todavía adormilada.
-Sí, tía...qué dónde vamos hoy, ¿Tienes actuación?¿No verdad?
-¿Qué día es? y ¿hora?- se preguntó sobresaltada ya al pensar que llegaba tarde a algún lugar.
-¡Las ocho y cuarto pasadas de un magnífico viernes para salir!-exclamó su amiga Susana.
-Uff, no sé, creo que paso.
-¿Cómo que pasas?
-Pues eso, que paso. Hoy no salgo.
-Te estás haciendo vieja, tía. Así nunca conocerás a nadie que merezca la pena.
-Creo que si tengo que salir con el fin en la mochila de "conocer a alguien que merezca la pena" algo estamos haciendo mal, Susi- acabó sentenciando apartándose el mechón que le caía por la frente.
-Definitivamente eres una vieja-rió.
-Lo soy pues. Susi dixit- e hizo el amago de colgar.
-No, no... no me cuelgues tía. En media hora tres cuartos paso a por ti, aviso- le dijo muy tajante.
-Bien...harás el viaje de forma inútil pero como quieras.
Esta vez sí que colgó el teléfono, se incorporó y respiró fuerte para ubicar sus neuronas. La comprensión de lo dicho la dejó un poco desanimada. No tenía ganas de salir a ningún sitio. Decidió que, como a Susana no se le podía decir que no, lo mejor sería desaparecer de casa. Objetivo: la cafetería de Robert.
Un buen libro y un café. El plan perfecto exento de mochila, de expectativas y de intenciones explícitas, pensó suspirando.
Llegó a la cafetería. Lleno absoluto. ¿Qué pasaba? ¿Se había puesto de moda o qué? Entró con la ilusión de poder recoger al menos un café para llevar.
Si lo que quería era escapar de tener que decir que no a su amiga Susana, no había más remedio que acabar en el parque en un banco, pese al frío.
Al entrar echó un vistazo por encima esperando en la cola para pedir. Vio su mesa ocupada por un chico, estaba solo y leía. ¿Sería el mismo que la otra vez? Era él, seguro, quiso pensar. Igual no le importaba y podía ocupar la mesa, al fin y al cabo, se la debía...
Cogió su pedido y se dirigió hacia allí. Al pasar por delante, sin pensárselo dos veces soltó:
-Hola, ¿puedo sentarme aquí? Te prometo que no voy a molestarte yo también quiero leer y esto está completo.
El muchacho levantó la vista con gesto disgustado.
-Lo cierto es que...
No pudo acabar la fresca que tenía esperándole en la punta de la lengua porque se percató de que se repetía la situación a la inversa y sonrió de inmediato.
-Bien, si prometes no molestarme, puedes sentarte-contestó devolviéndosela.
Alejandra tomó asiento. Él avanzaba en su libro "Confesiones de un artista de mierda" de P.K. Dick y ella tardó mucho en decidirse por comenzar "Iván el tonto" de Tolstói. (Esto, obviamente él lo desconocía porque Alejandra leía en su tablet).
Ambos permanecieron en silencio durante más de treinta minutos, no sin levantar de vez en cuando la mirada para cerciorarse de que el otro cumplía su parte del trato.
Fuente imagen: bibliolectors.tumblr.com Autor: Elizabeth Maybille |
Llegó a la cafetería. Lleno absoluto. ¿Qué pasaba? ¿Se había puesto de moda o qué? Entró con la ilusión de poder recoger al menos un café para llevar.
Si lo que quería era escapar de tener que decir que no a su amiga Susana, no había más remedio que acabar en el parque en un banco, pese al frío.
Al entrar echó un vistazo por encima esperando en la cola para pedir. Vio su mesa ocupada por un chico, estaba solo y leía. ¿Sería el mismo que la otra vez? Era él, seguro, quiso pensar. Igual no le importaba y podía ocupar la mesa, al fin y al cabo, se la debía...
Cogió su pedido y se dirigió hacia allí. Al pasar por delante, sin pensárselo dos veces soltó:
-Hola, ¿puedo sentarme aquí? Te prometo que no voy a molestarte yo también quiero leer y esto está completo.
El muchacho levantó la vista con gesto disgustado.
-Lo cierto es que...
No pudo acabar la fresca que tenía esperándole en la punta de la lengua porque se percató de que se repetía la situación a la inversa y sonrió de inmediato.
-Bien, si prometes no molestarme, puedes sentarte-contestó devolviéndosela.
Alejandra tomó asiento. Él avanzaba en su libro "Confesiones de un artista de mierda" de P.K. Dick y ella tardó mucho en decidirse por comenzar "Iván el tonto" de Tolstói. (Esto, obviamente él lo desconocía porque Alejandra leía en su tablet).
Ambos permanecieron en silencio durante más de treinta minutos, no sin levantar de vez en cuando la mirada para cerciorarse de que el otro cumplía su parte del trato.
Alejandra conocía algo de Dick, pero nada con aquel título...y quiso saber más. Comenzó a impacientarse porque la curiosidad le invadía. Se le notaba inquieta.
El muchacho, que la observaba disimuladamente, dedujo que rompería su promesa de mantener el pico cerrado y se le adelantó.
-Llevo clara desventaja- afirmó sin más.
-¿Por?
-Sabes de sobra qué estoy leyendo pero, yo no sé que lees tú.
-Ah...bueno... Iván el tonto.
-Vaya...-rió- manera sutil de insultarme con un grande de la literatura- se carcajeó.
-¿Cómo dices?- preguntó confundida.
-Me llamo Iván- se presentó extendiendo la mano incapaz de dejar de reír- ¿Se me ha acabado el café? Voy a ir a por otro. ¿Te traigo algo?
-Llevo clara desventaja- afirmó sin más.
-¿Por?
-Sabes de sobra qué estoy leyendo pero, yo no sé que lees tú.
-Ah...bueno... Iván el tonto.
-Vaya...-rió- manera sutil de insultarme con un grande de la literatura- se carcajeó.
-¿Cómo dices?- preguntó confundida.
-Me llamo Iván- se presentó extendiendo la mano incapaz de dejar de reír- ¿Se me ha acabado el café? Voy a ir a por otro. ¿Te traigo algo?
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