NUESTRO CUENTO. CÓMO SALIR AL MERCADO SIN BASTÓN NI MEGÁFONO II
El cliente misterioso se bajó las gafas hasta la punta de la nariz observando con sonrisa sorpresiva a la señora mayor. ¿Cómo era posible que hubiese mantenido la decoración durante tantos años sin que la mezcla de estilos diesen por zanjado el buen gusto? Aquel local era auténticamente una joya digna de ser fotografiada por Amador Toril, como mínimo.
—¿Cómo? ¡No me diga que es usted la decoradora de su tienda! Perdone, ¿cómo se llama?
—Pepita... —contestó presentándose—. Pues sí, y, tal vez me interese su oferta. Tal y como van las cosas por aquí, igual mi espíritu emprendedor debe migrar a un trabajo por cuenta ajena y dejarse ya de locuras pasionales por su independencia. Y, ¿usted joven?
—¿Yo?
—Sí, que cómo se llama usted.
—¿Yo?
—Sí, que cómo se llama usted.
—Ah, perdone, no me he presentado. Me llamo Judá.
—Un nombre precioso.
—¿Judío?
—Sí. El nombre solo. Yo no. ¿Quiere decir que no le va bien? —preguntó cambiando de tema rápidamente interesado y afectado a la vez por lo que le comentaba aquella anciana.
—Un nombre precioso.
—¿Judío?
—Sí. El nombre solo. Yo no. ¿Quiere decir que no le va bien? —preguntó cambiando de tema rápidamente interesado y afectado a la vez por lo que le comentaba aquella anciana.
–Pues no muy bien, hijo. Aquí no entra nadie a comprar desde hace una semana. Así, como comprenderá no pueden mantenerse los negocios.
—Y, ¿por qué no se jubila?
—Por no tener suficientes años cotizados a la seguridad social como para poder vivir sin arrastrarme a las casas de caridad a pedir.
—No me diga eso señora... ¿Ha probado a acercarse a los mercados a vender sus productos?
Aquel muchacho con sus habilidades de resolución comenzó a elucubrar posibles soluciones.
Aquel muchacho con sus habilidades de resolución comenzó a elucubrar posibles soluciones.
—Sí, alguna vez he pagado un puesto y he ido, pero es que...tengo que cerrar la tienda y entonces pierdo la clientela de toda la vida, que se me queja.
—¿Tiene usted internet? Desde ahí se puede ir a muchos lugares, qué digo...¡a todo el mundo!
La abuela le miraba con ojos desconfiados.
—¿Tú estás un poco chalado no? Mira que yo para eso tengo un ojo... ¿Para qué voy a abrir yo ahora un sitio de esos modernos para vender mis productos en la interente esa?
—In-ter-net —aclaró.
—Pues lo que sea... ¡No digas disparates!La juventud, qué fuerza e ímpetu tenéis para todo, qué envidia me dais...-concluyó nostálgica.
—No se preocupe señora Pepita, yo le voy a ayudar.
Lo soltó con tal convencimiento que, a Doña Pepita le pareció que lo decía de verdad.
Lo soltó con tal convencimiento que, a Doña Pepita le pareció que lo decía de verdad.
—¿A sí? A cambio ¿de qué? —preguntó intrigada.
—A cambio de nada...solo necesito que me deje fotografiar su tienda y que me firme como que me lo permite.
—Ui...no sé yo, no sé yo... ¿a cambio de nada? Nadie da nada a cambio de nada ¿vas a comprarme algo? —preguntó cambiando de conversación— ahora estoy un poco cansada y quiero sentarme en el mostrador. Desde allí veo cómo pasan por la puerta los patos del señor Ezequiel.
Fuente imagen: palomadelarica |
—Sí, todos los miércoles los pasea en el estanque. Tiene el permiso del ayuntamiento y es todo un reclamo turístico. Igual vendo algún bote de conserva de melocotón en almíbar o quizás bolsas de migas de pan que tengo preparadas para el evento —comentaba nerviosa mientras se dirigía torpemente hacia la mesa de la caja registradora...
—Sí, sí, por supuesto que le voy a comprar algo —dijo interrumpiendo los planes inmediatos de Pepita– esto...déjeme mirar...un bote de melocotón en almíbar por supuesto.... —decía a la vez que recorría toda la tienda agarrando una cesta de mimbre colocada estratégicamente en la entrada— un bote de mermelada, ¿de qué es?
—De fresa, y también tienes en el estante superior, de frambuesa, de tomate y de queso.
—¡Ostras!¿De queso? —preguntó extrañado— nunca he probado mermelada casera y menos de queso... ¡me las llevo todas! Mis amigos alucinarán el viernes. ¿Hago una fiesta sabe?
Doña Pepita, que permanecía sentada en el taburete, observaba de reojo, cómo aquel muchacho llenaba toda la cesta de productos elaborados con sus propias manos.
En un momento dado, comenzó a ver pasar por los grandes ventanales a un caballero con sombrero de paja y una gran vara de cerezo golpeando suavemente el suelo. Detrás toda una caterva de patos.
—¿Es él? —preguntó el chico entusiasmado con la cesta en jarra en el brazo izquierdo.
—Es él. Ezequiel y sus patos. Disfruta del momento, después se hacen debates en la plaza mayor sobre las alegorías y posibles interpretaciones de lo que cada uno ha visto tras la llegada al estanque.
—¡¿Qué me está contando?!¡Eso es muy muy extraño!¿No cree?
—Yo no creo nada...llega la hora de la venta muchacho... —acabó diciendo en el momento en que la puerta volvió a hacer sonar la campanilla de la entrada.
Llegaban clientes. Doña Pepita, se bajaba del taburete.
—Sí, sí, por supuesto que le voy a comprar algo —dijo interrumpiendo los planes inmediatos de Pepita– esto...déjeme mirar...un bote de melocotón en almíbar por supuesto.... —decía a la vez que recorría toda la tienda agarrando una cesta de mimbre colocada estratégicamente en la entrada— un bote de mermelada, ¿de qué es?
—De fresa, y también tienes en el estante superior, de frambuesa, de tomate y de queso.
—¡Ostras!¿De queso? —preguntó extrañado— nunca he probado mermelada casera y menos de queso... ¡me las llevo todas! Mis amigos alucinarán el viernes. ¿Hago una fiesta sabe?
Doña Pepita, que permanecía sentada en el taburete, observaba de reojo, cómo aquel muchacho llenaba toda la cesta de productos elaborados con sus propias manos.
En un momento dado, comenzó a ver pasar por los grandes ventanales a un caballero con sombrero de paja y una gran vara de cerezo golpeando suavemente el suelo. Detrás toda una caterva de patos.
—¿Es él? —preguntó el chico entusiasmado con la cesta en jarra en el brazo izquierdo.
—Es él. Ezequiel y sus patos. Disfruta del momento, después se hacen debates en la plaza mayor sobre las alegorías y posibles interpretaciones de lo que cada uno ha visto tras la llegada al estanque.
—¡¿Qué me está contando?!¡Eso es muy muy extraño!¿No cree?
—Yo no creo nada...llega la hora de la venta muchacho... —acabó diciendo en el momento en que la puerta volvió a hacer sonar la campanilla de la entrada.
Llegaban clientes. Doña Pepita, se bajaba del taburete.
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