Relatos de la serie Alejandra y los caracoles
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Tu vida telenovelada no es siquiera la sombra de lo que podría ser.
Alejandra salió alegre del local. Pese al cansancio, ese extraño monólogo, impensable (lo mirara con el prisma con el que lo mirase) en
La estratosfera le había alegrado la noche. Montenegro quizás podría ayudarla, pero ¿de verdad deseaba tener más trabajo? Desde hacía algunos meses ya le costaba bastante combinar las clases con el trabajo de oficina. Si le sumabas los monólogos los jueves, viernes y sábados en el café teatro de buscadores de la sonrisa perfecta, ciertamente le desbordaba el trabajo. El precio que pagaba por conseguir que se moviesen sus escritos, aunque fuese de forma poco ortodoxa, era excesivo. Demasiado morado acumulado en sus ojeras. Demasiadas horas de insomnio forzoso y poca remuneración. ¿Podría Montenegro ocuparse de hacer más por su carrera profesional y dejar de una vez el trabajo de papel y corbata en el que le obligaban a llevar traje de ejecutivo todos los días de ocho a dos? se preguntaba en espiral de retorno mientras no dejaba de caminar hacia su casa
Apenas quedaban cinco metros para llegar cuando escuchó unos pasos que la seguían y apretó los suyos. No quiso mirar hacia atrás y siguió andando a la espera de que la persona que lo hacía detrás de ella, fuera caminando sin más pretensiones que las de llegar a su casa también.
Finalmente una voz muy familiar le decía:
-Alex, no corras, espera soy yo- escuchó con voz de fatiga.
Alejandra se detuvo ya sin sobresaltos. Esa voz la reconocería a cien kilómetros en todas direcciones y dimensiones. Mauro. Siempre era Mauro.
-¿Qué haces aquí? y sobre todo ¿por qué me has seguido como si fueses un acosador?-preguntó visiblemente molesta cruzando los brazos.
-No quería asustarte. Espera...-intercaló digiriendo lo que acababa de escucharle- ¿Acosador?- ¿Acabas de llamarme acosador? ¡Si has salido del Estratosfera y vives a veinte metros! ¿Has vuelto a ver telenovelas? Desde luego tu imaginación...
-¿Qué?¿cómo te atreves...?-interrumpió su discurso de bufón malavenido- Si te fuese la mente tan rápida como te va la boca cuando dices memeces, quizás y sólo quizás seguiríamos juntos, muchacho...tienes mucho que mejorar.
-¿Muchacho? Sabes que te llevo unos cuantos años.
-Unos cuantos, respecto a línea vital sí. Pero mentalmente...
-Alejandra...por favor...necesito hablar contigo. Dejemos las peleas de chulapones para las fiestas, ¿te parece?
-¿No puede esperar?-preguntó haciendo un mohín-¿Tiene que ser ahora? Estoy muy cansada y sabes que mañana trabajo.
-No, no puede. ¿Sabes quién es ese tipo con el que estabas hablando?
-¿Perdón?-preguntó asombrada- ¿Me estás espiando?¡Y luego es que soy yo la paranoica, que si veo telenovelas, que si es que mi imaginación vuela...! ¡Vamos hombre!- exclamaba abriendo los brazos haciendo aspavientos.
-Cálmate. No. No te estaba espiando. Estaba dentro con Rubén y Mateo tomándonos algo. Yo no quería venir, pero tampoco es que haya muchas opciones abiertas jueves por la noche. No te lo tomes a mal, me obligaron...
Alejandra lo miraba escaneándole la expresión facial como si se tratase de un robot en busca de pistas empáticas que le ofreciesen la posibilidad de un atisbo de mentira detrás de cualquier gesto, cualquier movimiento, pero nada. Parecía decir la verdad.
-¿Lo conoces?
-No yo no. Mateo. Es un representante artístico. ¿En qué andas metida con él?
Alejandra respiró profundo para retener las ganas de matarlo.
-Mira Mauro, no quiero ser grosera, pero sabes que desde hace aproximadamente seis meses, ya no es asunto tuyo. Y no me vengas con el jueguecito de que, es que somos amigos...es que me preocupo por ti...es que quiero que vayamos a tomar algo...porque no cuela, no quiero y no me importa demasiado lo que digas. Y esto te lo digo desde la más absoluta sinceridad y sin la más mínima acritud- acabó su discurso.
-Me parece bien, me parece bien. Sólo quería avisarte-sus pupilas se dilataban a la vez que pronunciaba su discurso-Tú vales mucho más que eso. Eres brillante. No te dejes llevar por los cantos de sirena de la noche ni el arte del color de oro. Alex...-seguía diciéndole mientras se le acercaba lentamente.
Ella sabía dónde acabaría aquello si dejaba que aquel hombre siguiese hablando. Sin mediar ni una palabra más, se giró sobre sus pasos y en dos zancadas se plantó en la puerta de su bungalow alquilado de dos plantas. Abrió serena la entrada y de soslayo observó cómo él, bajaba la cabeza y suspiraba.