AURORA LA DENOMINADORA III

AURORA LA DENOMINADORA III


Este relato forma parte de la serie Metrópolis
Aurora la denominadora III

Fuente imagen: flickr
Autor: Eduardo Llasat
Título añadido: space station
El edificio, como todos los de la zona, olía a metal quemado. La pestilencia a alcohol impregnaba las paredes. 
Casi seguro que, incluso, los chorreos constantes que se deslizaban por las cañerías exteriores no fuesen fugas de agua, pensaba mientras acababa de arrastrar la puerta metálica que le permitiría subir al piso de Aurora.

-Vamos a ver. Dijo que vivía en el quinto, expresó en voz alta buscando el ascensor en aquella estancia desagradable a la vista-, tal y como me lo imaginaba...el ascensor no funciona...No sé de qué me sorprendo...jaja...estupendo...¡genial!-rió visiblemente nervioso.

Cinco pisos a pie. No recordaba la última vez que su cuerpo admitió ese tipo de esfuerzo físico, pero lo intentaría. Quería seguir hablando con ella, caso de que estuviese en condiciones óptimas, claro.
Al llegar al último y tras recomponer su cara y cuerpo de expresiones tensas que bien habrían merecido masajes (corporales y faciales), llegó al número treinta y uno. 

-Aquí es- confirmó recolocándose el pelo y volviendo a ser el mismo Ángel  que antes de girar la esquina de la zona limítrofe con aquel burdo y asqueroso barrio. 
En la ciudad se le conocía como el barrio AQ (alcohol de quemar). Todos los metropolitanos conocían los riesgos de acercarte sin pertenecer a él. Ángel, corrió el riesgo. Los beneficios, al parecer para él eran mayores que el capital invertido.

Fuente imagen: behance
Autor:Raúl Arias
-¡Ah! ¡Hola!- exclamó Aurora con el típico gesto de búsqueda informativa cerebral rápida "...que no se me note que no me acuerdo de él...".
-¿No te acuerdas de mí? ¡Soy Ángel!...nos conocimos en la biblioteca, luego te invité a un trago...hablamos de...
-Sí..sí...el muchacho de espíritu curioso. Ya recuerdo...algo...vagamente...
-Imagino que si no te acuerdas, tampoco recordarás que quedamos en que te haría una visita para ver cómo trabajas-concluyó decepcionado.
-Bueno...sabes que...después de varias copas...
-Sí...lo comprendo...si quieres me voy...
-Será mejor...a  no ser que lleves una petaca de whisky de malta en algún sitio guardada...-expresó dando un giro expectante a la frase.

Ángel, no sólo era un muchacho fuera de lo común por ser un adulto mayor de veinticinco años, sobrio por convicción(espécimen por lo tanto en peligro de extinción por aquellos lares), sino que, además, tenía la mala costumbre de reconocer las necesidades de la gente y saber en qué momento se harían patentes. Ello le aportaba la posibilidad de prever situaciones. Se agachó hasta su tobillo derecho y sacó de allí una petaca de plata con dos ribetes de color dorado. Al retomar su postura erguida, se la entregó cabizbajo.

-¡Joder! ¡Eres una mina!-exclamó sorprendida mientras realizaba la apertura de la boquilla para olisquear.

Quiso aparentar ser un sumiller experto. Ni de lejos lo habría conseguido. Sus ojos, salidos de las órbitas al comprobar que aquello, efectivamente era un whisky, (si no de malta, al menos whisky ¡qué más daba!) bailaban el hula hula hawaiano. Aquello delataba claramente, su adicción.

-¿Por qué llevas la petaca escondida?- preguntó habiéndose recompuesto ya de su danza cerrando la puerta.
-¿En este barrio? ¿Bromeas?
-Umm- expresó mirando al techo- bien visto. Pasa, pasa... no te quedes en la entrada. Bienvenido a mi humilde morada.



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